martes, 4 de marzo de 2008

Once: La magia que no se compra


Once es ese típico de films pequeños, ínfimos, que el boca a boca (y Spielberg) aúpan y catapultan, en este caso, hasta el oscar. Film que deja poco espacio al término medio, que lo amas o lo detestas, un film sin artificio alguno que desde la sencillez compone una de las historias más bellas del año.


Son esa clase de películas que gustan porque golpean directamente al pecho, que es fácil dar motivos cuando no gustan, pero difícil de justificar cuando nos entusiasman, porque el raciocinio poco tiene que ver ante semejante avalancha emocional. Una historia cercana, llana, real, que crea brillantes momentos desde el trabajo, no desde la trampa y la parafernalia.

Dos personajes anónimos, chico y chica de los que no conocemos los nombres y que protagonizan la clásica historia chico-conoce-chica. Una historia musicada (que no un musical) donde las escenas de relleno son las carentes de música, y donde las canciones surgen por la propia naturaleza de los personajes. No es casual ya que los protagonistas son músicos, no actores, y sus carencias interpretativas las suplen con una banda sonora que llena de magia los 85 minutos de su metraje.

Ella (Markéta Irglová) es una inmigrante checa, con hijo a cargo y marido lejos. Él (Glen Hansard) un inglés en Dublín, que ayuda a su padre en su tienda de reparación de aspiradoras y que saca un pequeño sueldo tocando en sus ratos libres por las calles. Con un gran talento, la conoce de noche tocando sus canciones, ya que como él dice, de día la gente quiere escuchar versiones, sus composiciones no interesan.

A partir de ese instante compartirán tiempo, sueños y preocupaciones, pero sobretodo música. Su triste vida, más cercana a la nuestra que cualquier gran historia de amor en el cine, da un salto cualitativo cuando ambos interpretan las canciones de la banda sonora. Canciones que no adornan, sino que explican, que acompañan y hacen avanzar la historia.



Seguramente su mayor virtud es su mayor defecto. Tan sencilla y amateur que es tan fácil hundirla como caer rendido a sus pies. Tan honesta y directa que no nos importa el componente comercial que tiene el film hecho a medida por y para Glen Hansard, líder de The Frames.

En definitiva, una joya que abre puertas al cine a gente sobrada de talento, que con 4 cámaras, 150000 dólares y mucho entusiasmo ha conseguido emocionar a millones de personas. Una historia que conmueve desde la sencillez y no desde la ostentación. Un tipo de magia que no se puede comprar...

Lo mejor: La banda sonora tal y como la vemos en la película.

Lo peor: Tanta canción puede empalagar paladares despistados.

El dato: Costó 150000 dólares y ya ha recaudado más de 16 millones.

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