jueves, 25 de noviembre de 2010

Scott Pilgrim contra el mundo: a Link to my past


En un videojuego, la mecánica siempre es más importante que un buen guión. De hecho, la mecánica es el núcleo del juego, su razón de ser; por eso creo que los videojuegos tienen más que ver con crear una experiencia que con contar historias.

Jeffrey Johalem, guionista del videojuego Assassin’s Creed: La hermandad

Fue en la edición de 2009 del Festival de Sitges donde, tras el divertido arranque de Bienvenidos a Zombieland (Zombieland, Ruben Fleischer, 2009), daban comienzo sus portentosos títulos de crédito. Al ritmo del For whom the bell tolls de Metallica (grupo con cuyas letras podría escribir mi biografía) sonando a toda castaña se me daban indicios de la diversión que me esperaba, con esos guiños que conectan con una íntima parte nuestra y nos sumergen de inmediato en la narración. Y no hay mérito puramente artístico en ese hecho, sino una elección más o menos acertada teniendo en cuenta los gustos musicales de los fans del género zombi, que ante esas notas se siente cómodos en una apuesta que ya les parece familiar desde el mismo comienzo.

Recientemente nos hablaba Mónica Jordan de la tendencia del cine hacia la interactividad, apoyado en la creciente influencia de los videojuegos y los entornos multimedia de cara a crear una experiencia narrativa total. Así, parte de la narrativa necesita que el espectador se sumerja en el film mientras se le estimula sensorialmente para que recree mentalmente las omisiones de guión. De esta manera se llega a una interactividad tan colectiva como subjetiva, sin necesidad de emular por completo la mecánica de un videojuego ni alterar el propósito del autor, siendo la obra final una copropiedad entre ambos lados de la pantalla.

Ahora llega a las pantallas Scott Pilgrim contra el mundo[i], adaptación del celebrado cómic creado por Bryan Lee O´Malley, dirigida por Edgar Wright y con Michael Cera al frente del reparto. La historia no puede ser más sencilla: chico conoce chica de sus sueños, consigue soñar a su lado y para perpetuar esa situación tendrá que deshacerse de sus siete diabólicas exparejas. Dicha sinopsis convenientemente decorada podría servir para un film interesante, pero la modernidad en el cine no viene dada por historias que retuercen patrones hasta parecer otros ni abusan de las vueltas de tuerca, sino que son las formas las que innovan en la manera que tenemos de entender las historias. Las personas esencialmente no hemos cambiado con respecto a siglos atrás, pero sí lo han hecho las formas en que interactuamos los unos con los otros.


Con ello arranca Scott Pilgrim contra el mundo en un claro homenaje al pixel y a la música en 16bits, una contundente declaración de intenciones con una banda sonora que, para qué negarlo, cautivó mi corazón de gamer. Porque empezar la clásica historia de chico-conoce-chica, chico-lucha-por-chica con el tema de The Legend of Zelda: A Link to the past[ii] no sólo supone un guiño, sino un avance del tributo a los videojuegos, el cual Edgar Wright pasa por el filtro estético del cómic en el que se basa, dejando los valores puramente cinematográficos (o no) a parte. Porque dicho sea de paso, acudir a obsoletas fórmulas para valorar las tendencias más actuales del cine me recuerda inmediatamente a los graves problemas que tiene mi padre con el PC, su blog e internet en general.

No os engañan cuando dicen que el film es una sucesión de combates que pueden llegar a ser repetitivos, ni que a la historia le falta profundidad o unos personajes más definidos. Estoy completamente de acuerdo en eso, pero no por ello Scott Pilgrim contra el mundo es un mal film, sino que en todo caso es “un mal film si se juzga con los criterios artísticos del cine clásico” (lo mismo sucedería con Los olvidados o Terciopelo azul), un eufemismo para apelar a la falta de historia restando cualquier otro mérito a la experiencia audiovisual. Y es que las reiteraciones no son punibles cuando la manera en que se nos presentan son distintas, así como la brusca ruptura de la narrativa en pro de los espectaculares combates no puede considerarse censurable, ya no sólo porque la más celebrada de las escenas de Salvar al soldado Ryan es la más espectacular, sino porque otras actividades tan repetitivas y mecánicas como el sexo o comer nunca se han considerado vacías por su falta de guión. La experiencia no es la hermana tonta de la intelectualidad.

Y eso es Scott Pilgrim contra el mundo, una experiencia que nace de un cómic del que copia su estética; pero que filtra su narrativa, su puesta en escena y su ritmo a través de los videojuegos, para acabar convertida en un largometraje que rinde tributo a una generación más cercana a Megaman que a Sófocles, que pueden declararse fans de Donnie Darko sin saber quién es Griffith y que en las películas se buscan a ellos mismos y no el eco de otros films. Porque quienes pontifican con una idea hermética de lo que es el cine, probablemente sean los que más alejados estan de comprenderlo. Porque en las aventuras de nuestra infancia siempre éramos el héroe que rescataba a la princesa.

 

Y ya que estáis, pasaros por el especial Videojuegos y cine...

 

3 comentarios:

Mister Lombreeze dijo...

Está siendo un año muy friki, demasiado friki para un carca como yo.

Insanus dijo...

Bueno, yo también soy un jugón, como sabes. La vi anoche, y oye, no conecté. No me pareció ni mal ni bien, pero yo qué sé.

Redrum dijo...

Jajajaja! Totalmente de acuerdo, caballero! Con lo retro que es la novia de Hamilton!

Jajajaja! Insanus, ¿no te entretuvo? A mí me pareció muy dinámica, vertiginosa, despreocupada...

1 saludo y gracias por comentar!