domingo, 31 de octubre de 2010

Bansky y la tienda de regalos


Hay que reconocer que más allá de la opinión que os haya despertado el documental Exit through the gift shop, o la que tengáis sobre el propio arte urbano, la obra de Bansky no deja indiferente a nadie.










viernes, 29 de octubre de 2010

Sitges 2010: Tributo a los zombies


Mi humilde, extenso y musical tributo a tan entrañable ser del celuloide. Vedlo en HD, que os cuesta lo mismo.


PS: Gracias, Mónica.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Sitges 2010: Agnosia


Agnosia, (del griego ἀγνωσία: desconocimiento), es la interrupción en la capacidad para reconocer estímulos previamente aprendidos o de aprender nuevos estímulos sin haber deficiencia en la alteración de la percepción, lenguaje o intelecto.

Durante los años que he asistido al festival de Sitges como mero aficionado, siempre he sentido ciertos sentimientos contradictorios hacia la cola de privilegiados que accede a la sala antes que el resto de los mortales. Acreditación al cuello se saltan las largas colas mientras debaten acaloradamente los entresijos del mundillo o despedazan alguno de los films que han visto. Se puede envidiar esa acreditación segregante, mientras se rechaza frontalmente la soberbia de quien viene a confirmar su sapiencia a base de severas opiniones.

Este año yo formo parte de ese grupo, enfundado con acreditación, cámara de fotos y bloc de notas navego entre esa gente que parecía vivir en otro mundo. No sé qué debe pensar la gente en la otra cola, aunque mucho me temo que todos caemos en el saco de los que “tienen enchufe pero ni puñetera idea de cine”, que en mi caso es así. Mi envidia no era más que ceguera al no entender que el privilegio no viene dado por la cinefília, sino por la capacidad y medios para plasmar lo vivido en algún medio de prensa. La percepción filtra el concepto “trabajar” cuando a alguien se le regala un tiempo que se nos niega.

Llegó mi primera película del festival, Agnosia, y mi primera experiencia como medio de prensa. No es que seamos los niños mimados del festival, por lo que busco el mejor sitio dentro de las pocas butacas que tenemos reservadas, y no pongo pega alguna a sentarme en tercera fila, hacia el centro, pensando que un ojo de pez me hubiera venido de perlas para el visionado. De repente un grupo importante de personas me rodea y me veo en un fuego cruzado de conversaciones y halagos, del que deduzco que no son del gremio periodístico, sino del cinematográfico, y que gracias a mi ignorancia siguen resultándome rostros anónimos. 

Se apagan las luces, presentan la película, al director, al guionista y a sus protagonistas, para acabar pidiendo que todo el equipo de la película presente en la sala se levante para llevarse su reconocido mérito y poner alerta a quienes pretendan bostezar durante el visionado. Por supuesto sólo quedé yo sentado en las filas que me rodeaban, encogido pero sintiéndome parte de algo que anhelo pero que (aún) no me pertenece.


Empiezo bien Sitges”, me digo. En dos años he pasado de ser un anónimo blogger que, como aficionado, disfruta de Sitges, a formar parte de una revista llena de talento y a la que, en parte represento aquí, y a hacer mis primeros pinitos en la dirección. Y allí me hallo entre gente de ese mismo mundo al que aspiro, al que respeto y del que por un breve momento, me he sentido parte. Nada puede ir mejor, pero la percepción es una puta entrenada para sesgar lo que no queremos ver, y por breve que sea, un destello basta para tirar abajo ese castillo de naipes que son las emociones.

Fueron escasos cinco segundo lo que ese actor duró en pantalla, un actor anónimo del que ni sé su nombre, pero bastaron para hacerme fruncir el ceño pensando por qué me sonaba tanto su cara. Ese hombre, ese extra a las órdenes de Eugenio Mira también ha estado a mis órdenes, también ha poblado mis encuadres, también ha sido mi actor. Fue en Febrero, mientras cursaba un intensivo de dirección y hacíamos pruebas con el equipo de interpretación, donde él y otra chica contaban una pequeña historia de amistad y lesbianismo. Pero allí estaba él, detrás de la pantalla, y yo aún sigo viendo el trabajo de otros, aplaudiéndole y sintiéndome de nuevo el chico que mira a la cola de acreditados entrar a la sala antes que yo.

Puede que la agnosia no nos permita ver la realidad aparente, pero sí la transformarmos, y la entendemos a nuestra manera. La percepción sólo es un filtro que deja pasar cierta información, y en muchas ocasiones somos nosotros quien elegimos dicho filtro. Dentro de ese mismo día pude ver cómo la mente humana es capaz de priorizar los estímulos, descartando parte de la realidad que llama a nuestra puerta cuando un conflicto se presenta. Si dos personas hablan a la vez a una tercera, inconscientemente esa tercera responderá a uno de los dos, descartando el intento de comunicación del otro. Si el hecho se repite, volverá a pasar lo mismo, porque no existe voluntad consciente de ignorar ni atender a ninguno, sino un acto reflejo asimilado que atiende a una urgencia autoimpuesta, o a unos instintos primarios donde el timbre de voz marca el lugar en la fila. No valía ni para tenor ni para bajo, al estar entre ambos.

Y si percibimos a voluntad, entendemos lo que queremos entender, y montamos una realidad a medida con el sesgo de estímulos conveniente, Agnosia es hija de la propia agnosia. Y es que pese a lo interesante de su premisa se sumerge en tramas de espionaje industrial y romances para acabar en fórmula conocidas sobre las que gastar el dinero invertido, renunciando a sello alguno, pecando de cobardía y dejando que el peso recaiga en el guión y el carisma de sus protagonistas. Gran parte de lo que vieron extraordinario los responsable forma parte de los descartes de mi percepción. Y es que agnosia es creer que avanzas sólo porque muchos a tu alrededor retroceden, es amar por error a alguien durante 3 días, perteneciendo a otro, es aislarse en una burbuja para que nuestro contexto nos sea más favorable al hacer la media. En definitiva, Agnosia es tan aburrida como la vida misma.

domingo, 24 de octubre de 2010

La Red Social: Abrazando el anonimato




En Desmontando a Harry (Deconstructing Harry, 1997, Woody Allen) vemos como en uno de los cuentos creados por Harry Block, su protagonista impele a su familia a llevar gafas tras verse en in pass existencial donde aparece desenfocado. La aceptación se consigue no a través de la reformulación del ego sino desde la invasiva imposición infecciosa que prescinde del “confirmar” para hacerse efectiva. Y si bien la posibilidad de cambiar el mundo queda en manos de unos pocos elegidos, Mark Zuckenberg, figura central de La red social (The Social Network, 2010, David Fincher), debe incluirse en dicha lista como uno de los motores de las neo-relaciones humanas a través de Internet. Y es en esa figura de reformulador donde se erige el relato sobre la codicia derivada del ansia de aceptación que, a modo de decadente utopia y actualizaciones de estado, se perfila en el nuevo film de David Fincher como el retrato generacional de nuestro tiempo.

Como apunta Mónica Jordan, “acostumbrados como estamos al ipso facto, abrumados por la comodidad que supone y agradecidos por el generoso ahorro de tiempo que eso nos reporta, a veces fallamos en reflexionar sobre las causas y entresijos que permiten esa velocidad”[i]. El tiempo que se nos regala se productiza, se invierte en rendimiento y se genera una acelerada espiral donde la amplitud vence a la profundidad, donde los titulares mandan y las confesiones y estados de ánimo se publican on-line a golpe de tweet, ahorrándonos el costoso contacto individual. Así somos un poco de todos, y mucho de nadie, un compendio de estados resumidos en un muro, o un lector de noticias que permite filtrar la imagen de lo que somos y la información sobre la realidad que moldea lo que hemos de ser. Porque Facebook, como apunta Óscar Brox, “se nutre de la actualización constante del estado de sus usuarios; en otras palabras, se define a partir de la vida de los otros, no de la suya propia”[ii], en un capitalismo emocional donde la valía del individuo se ahoga en la telaraña de lazos que es capaz de tender hacia otros, generando un anonimato sólo permeable a través de la acción.

Y desde ese anonimato de perfil parte el guión de Aaron Sorkin (El ala oeste de la Casa Blanca, Studio 60 en the Sunset Strip) en una historia que tiene tanto de Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941, Orson Welles) como de Los 400 golpes (Les 400 coups, 1959, François Truffaut) y que encuentra en Jesse Eisenberg un excelente vehículo sobre el que articular su discurso. Porque si la palabra permite comunicarnos con el mundo, las emociones nos conectan con él, y la dupla Eisenberg-Sorkin crea un personaje con la lengua tan afilada como enigmas esconde su rostro mostrando a través de sus actos, de la génesis de Facebook, el motor emocional del mártir víctima de la ironía de su incapacidad. Porque Zuckenberg se nos muestra como el bipolar abanderado del triunfo empresarial (la palabra) y solitario cadáver social (la emoción) que, a través de la mutación de su entorno se redescubre huérfano tanto en su triunfo (cierre) como en su fracaso (apertura).

Y de ese anonimato participa Fincher, que en palabras de Horacio Muñozha optado por un estilo clásico, perfecto, homogéneo, sin fisuras, con unos flashbacks que tienen una sabor añejo y unos diálogos acartonados”[iii], pero que esconde en sus formas apuntes de una modernidad impregnada del “trabajo en equipo” para dotar al film de un componente social donde su savoir faire deja paso a otros méritos, siguiendo la tónica marcada con su portentoso trabajo en Zodiac (David Fincher, 2007). Y es que desde su narrativa fragmentada, sus saltos temporales (más cercanos al flashforward que al flashback) y su acelerado montaje nos insta Fincher a sentir La Red Social como un bombardeo informativo tan frío como cercano a la interacción que, a través de la tecnología, entablamos con nuestro mundo, siempre desde la fisicidad de no necesitar los ropajes virtuales de unas formas que adaptan lo que percibe el ojo, pero no la emoción (youtube, móviles, televisión). Así se erige La Red Social como un film tremendamente humano, pero reformulado para ser el aparatoso vehículo de un mensaje que se pierde en las formas modernas a golpe de F5.

Por eso su biopic sobre el creador de la red social más importante rehúye ser un tendencioso panfleto arribista (tan de moda últimamente), así como de ser un pacato retrato fan-made, para erigirse como una rara avis en forma de relato que, según Jordi Costa, “funciona como latencia y eco de viejas construcciones mitológicas en lo que, en realidad, se afirma como sobrecogedor retrato de unos tiempos (nuestro presente) marcados por la asfixia del significado y la implacable entrada en una sensibilidad casi posthumana”[iv], donde no hay azar alguno en la puesta en escena como tampoco aristas en su homogeneidad formal (excepto en la escena de la regata, pretendida boutade de ruptura estilística) llevando su trabajo a la propia esencia impersonal de Facebook, nutrido de experiencias ajenas presentadas al ritmo de un vertiginoso caos de banda ancha. Porque la crónica de la sociedad moderna no viene siempre marcada por los hechos, sino que las formas moldean las venideras consecuencias en un inseparable tándem "¿que soy?/¿qué hago?" (véase Das experiment).

Así se prioriza un relato descontextualizado donde no existe periferia en la diégesis, donde su universo se construye desde dentro de cada escena y los perfiles se sostienen exclusivamente sobre sus actos en pantalla, a modo de huérfana pregunta a la caza de una objetividad, de per se, inalcanzable en el arte, aunque “al final, ese estilo, acabe cuestionándolo todo, poniendo en evidencia un mundo cuyo nacimiento es considerablemente cercano en el tiempo aunque su rapidez de expansión comience a producir la idea de que sucedió hace ya mucho”[v]. Porque la poliédrica realidad no es abarcable ni por 500 millones de testimonios, y porque de esas distintas facetas participamos, a modo de collage dentro de un collage, similar al visto en la excelente Confessions (Kokuhaku, 2010, Tetsuya Nakashima).

Y si ser parte de un todo implica ser un poco de cada, los motivos se hacen necesarios para comprender cómo un nerd se convirtió en el multimillonario más precoz de la historia, porque “la historia de La red social es, por encima de todo, el relato de un abandono”[ii][sic]. Si bien durante el transcurso del film vemos en boca de los protagonistas afirmar que el propósito de la primigenia Thefacebook no era hacer amigos sino conocer tus opciones de follar, en la escena que abre el film se nos presenta a un Zuckenberg que antes de ser abandonado se muestra preocupado por llevar a cabo un proyecto que le abra las puertas a la fraternidad más prestigiosa de Harvard. La elipsis que supondría esa escena junto a la que cierra el film denota el cambio de contexto, de entorno, pero también el estatismo emocional de quien ve el mundo como trenes para los que no tiene billete. La aceptación no es sólo el motor de La red social, sino del propio Facebook, que a la manera de esa joya llamada Déjame entrar (Låt den rätte komma in, 2008, Tomas Alfredson), retrata un vampirismo emocional donde la exclusividad se contagia a través de la ansiada y consciente aceptación: No quiero que me toleres, quiero ver cómo me acoges. Así el habitual rechazo femenino se torna incitador para aquel que necesita demostrar algo al mundo, ya que el espejo a nuestro valor intrínseco que encontramos en el amor busca la alternativa social para deformar dicho espejo y presentarlo a los ojos que dejaron de reconocernos. Como en todo relato clásico lo femenino es un motor de cambio para la tullida figura del protagonista.

Así nuestras acciones se tornan ecos de un pasado formado por personas que moldean nuestra identidad (soy), nuestro estilo; mientras las llagas del presente condicionan el camino de aquello que queremos ser (hago), en un mosaico donde la personalidad surge de la asociación y filtro de nuestro contexto y que el universo virtual nos permitie sesgar por tal de ser brevemente la imagen de lo que queremos ser, convertidos en una suerte de Catfish (Henry Joost, Ariel Schulman, 2010). Así nos llenamos de ideas ajenas, citas, referencias y expresiones en un “recorta, pega y colorea” tan fiel a nosotros mismos como alejado de lo que somos, una anhelada ficción que en pequeñas dosis parece real y que anula el ego del nihilista “yo soy yo y mis circunstancias” en pro de un eco existencial en quienes nos rodean, aquellos que nos verán con las gafas que les hemos dado, como el personaje de Harry Block. Somos en tanto que nos perciben, aunque al final, todos vivimos en una mentira cuyo tráiler es La Red Social.


[i] Mónica Jordan, The Box: El neo-pecado no-original, Transit: cine y otros desvaríos nº3, Enero 2010

[ii] Óscar Brox, La red social: Fuck Facebook?, Miradas de Cine nº103, Octubre 2010

[iii] Horacio Muñoz Fernández, La red social: Clasicismo retrógrado, EnClave de Cine, Octubre 2010

[iv] Jordi Costa, La red social, Fotogramas, Octubre 2010

[v] Israel Paredes, La red social: Sobre las nuevas formas sociales, Dirigido por… nº 404, págs 30-31, Octubre 2010

viernes, 22 de octubre de 2010

La recomendación de la semana: Noche y niebla


Excelente documental firmado por un joven Alain Resnais que se cuestiona la memoria de las imágenes en uno de los primeros documentales en mostrar imágenes de los campos de concentración. Así establece paralelismo entre el estatismo de un presente desde el que recordar el pasado, la latencia de unos hechos tanto en la memoria como en el presente. Lo podéis ver sutbitulado aquí mismo:


jueves, 21 de octubre de 2010

Grandes bandas sonoras: Somos la noche


Pese a estar compuesta expresamente para la BSO de Spiderman 3, el temazo de Wolfmother fue un oasis en el flojo film de Dennis Gansel.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Sitges 2010: A Serbian Film


Hay ciertos temas de interés absorbente, pero demasiado horribles para ser objeto de una obra de ficción. El mero escritor romántico debe evitarlos si no desea ofender o desagradar. Sólo se los usa con propiedad cuando lo severo y lo majestuoso de la verdad los santifican y los sostienen. Nos estremecemos con el más intenso de los “dolores agradables“ ante los relatos del paso del Beresina, del terremoto de Lisboa, de la peste de Londres y de la matanza de San Bartolomé, o la asfixia de los ciento veintitrés prisioneros en el Pozo Negro de Calcuta. Pero en estos relatos lo excitante es el hecho, la realidad, la historia. Como invenciones nos inspirarían simple aversión.
El entierro prematuro, Edgar Allan Poe.

La historia del cine está llena de films polémicos. Normalmente las ampollas que dichos títulos levantan suelen adscribirse a parcelas muy concretas, ya sea la religión (Je vous salue, Marie, Dogma), la moral (Ecstasy, La naranja mecánica), la política (El cazador) o lo explícito de sus escenas (Anticristo, Irreversible). Al echar la vista atrás resulta anecdótico pensar en el escándalo que supuso la escena del guante en Gilda, la ideología de cintas como El nacimiento de una nación o las crudas escenas de Henry, retrato de un asesino en serie, ya que los límites de lo socialmente aceptado se han ido ampliando tanto en la retina como en el sistema de valores del espectador.

Muchos de esos films chocan directamente con una sociedad aparentemente aún no preparada para aceptar lo que el cine les propone, pero consciente de que esa aceptación pasa por una imagen social que poco o nada tiene que ver con la intimidad individual. Si bien un desnudo en el cine podía generar polémica antaño, todos eran dueños y espectadores de desnudos cotidianos. Lo mismo sucede con la polémica que suscitan cintas como El crimen del Padre Amaro entre un gremio que no acepta un “basado en hechos reales”, dejando clara la importancia del “de puertas adentro” en ciertos temas mal vistos cuando a través del cine se hacen extensivos al gran público.
Pero si bien muchas de esas polémicas venían dadas por la doble moral del individuo frente a la masa, otras chocaban directamente contra una moral que ni tan sólo se acepta intrínsecamente y que normalmente viene disfrazada de provocación. Cuando al espectador se le enfrenta a algo que personalmente acepta, pero socialmente repudia, se siembra una reflexión a través del arte, pero cuando la propuesta choca frontalmente con valores, a priori, universales e inmutables, se anula la reflexión para alimentar la indignación ya no sólo por lo discutible de la propuesta sino también por la cuota de provocación en busca de una notoriedad. Arte y marketing rara vez van de la mano.

Pero el eco de dicha polémica provocación se perpetúa (en algunos casos) en el tiempo al continuar vigentes los valores que chocan con la propuesta. Sucede con la coprofagia de Pink Flamingos o el realismo de Holocausto Caníbal, films que han envejecido mejor que muchas otras propuestas más insolentes e inocuas. Y dentro de ese grupo podemos empezar a incluir a A Serbian Film, del director serbio Srdjan Spasojevic, película que ya acumula una ingente cantidad de artículos y críticas negativas debido a la brutalidad de sus escenas.


Argumenta su director que el film no deja de ser una parábola de los abusos del gobierno serbio hacia el pueblo, así como se muestra orgulloso de un film que, según dice, es el único en más de una década que no ha contado con dinero del estado. Y no deja de haber referencias a Serbia como país dentro del film (el mismo título), pero en ningún momento se acerca A Serbian Film a una reflexión política, ni pretende basar su fuerza en aspectos cinematográficos. Srdjan Spasojevic ha conseguido que su nombre suene con fuerza a base de la contundencia de sus imágenes, obviando la pericia que como director ha demostrado, así como el resto de aspectos artísticos que pierden fuelle y notoriedad para dar paso a las escenas que han de dar trascendencia a A Serbian Film.

Si los responsables de Holocausto Caníbal tuvieron que mostrar vivos a los protagonistas para eludir a la justicia (que los creía realmente muertos), al cineasta serbio tampoco le ha puesto la justicia nada fácil llevar a las pantallas A Serbian Film. Y es que en su paso de digital a 35mm, el estudio que se hacía cargo reclamó la presencia del director para aclarar ciertos aspectos artísticos, siendo una estratagema para ponerlo frente a la justicia alemana, que creía reales las imágenes vistas en el film. Sin embargo el espectador ha madurado o educado lo suficiente la vista como para entender las ficciones del cine, sin necesidad de escandalizarse por la cuota de realidad que contienen, dejando su indignación para la cuota de realidad que insinúa, la parte que al salir de la sala sigue vigente.

Y es que sin la voluntad de escandalizar, A Serbian Film podría haber sido una buena película, pero abandonando una intención artística para sumergirse en el escándalo es donde va a encontrar la inmor(t)alidad el film de Srdjan Spasojevic. Cuando el mensaje se pervierte en pro del efectismo, el efecto se convierte en el mensaje, y sin ser una mala película, A Serbian Film se acaba ahogando en la hipérbole.

lunes, 18 de octubre de 2010

Sitges 2010: Premiados y agradecimientos


Acabó el festival y con ello llegaron los premiados, muchos de los cuales he tenido la oportunidad de ver. Os adjunto la lista de premiados y mis comentarios al respecto:

Oficial Fantàstic Competición Sitges 43

· Mejor Cortometraje: THE LEGEND OF BEAVER DAMM de Jérôme Sable

· Mención Especial al cortometraje: VICENTA de Sam Millor

· Mejor Diseño de Producción: Yuji Hayashida por THIRTEEN ASSASSINS

· Mejores Efectos de Maquillaje: Vitaya Deerattakul y Andrew Lin por DREAM HOME

· Mejores Efectos Especiales: Gareth Edwards por MONSTERS

· Mejor Banda Sonora Original: Seppuku Paradigm, Alex & Willie Cortes por NUITS ROUGES DU BOURREAU DE JADE (RED NIGHTS)

· Mejor Fotografía: Mika Orasmaa por RARE EXPORTS: A CHRISTMAS TALE

· Mejor Guión: Nicolás Goldbart por FASE 7

· Mejor Actriz: Josie Ho por DREAM HOME

· Mejor Actor: Patrick Fabian por THE LAST EXORCISM

· Mejor Director: Jalmari Helander por RARE EXPORTS: A CHRISTMAS TALE

· Premio Especial del Jurado: WE ARE THE NIGHT de Dennis Gansel

· Mejor Película: RARE EXPORTS: A CHRISTMAS TALE de Jalmari Helander

Sin duda merecidos los premios a la finlandesa Rare Exports, que no pude ver pero de la que sólo recibí excelentes impresiones. Todo lo contrario para el premio especial de jurado, que tanto a mí como a la mayoría nos pareció muy floja. El premio de mejor actor lo gana merecidamente un Patrick Fabian que se come la cámara con una naturalidad pasmosa jugando a ser un actor con sotana, mientras que el de actriz para la protagonista de Dream Home es algo más discutible, aunque se entiende el mérito de abordar un papel con dos facetas completamente distintas. Los de diseño de producción y efectos especiales son tan merecidos como cantados, pero no tanto sorpresivo premio a mejor guión para Fase 7, que no dio mucho que hablar durante el festival.


Oficial Fantàstic Competición Panorama

· Mejor Película: TUCKER & DALE VS. EVIL de Eli Craig

· Mejor Cortometraje: THE FAMILIAR de Kody Zimmermann

Carnet Jove

· Mejor Película FANTÀSTIC: RUBBER de Quentin Dupieux

· Mejor Película MIDNIGHT X-TREME: MUTANT GIRLS SQUAD de Noboru Iguchi & Yoshihiro Nishimura & Tak Sakaguchi

Noves Visions

· Mejor Película: SIMON WERNER A DISPARU (LIGHTS OUT) de Fabrice Gobert

· Mención Especial: SOUND OF NOISE de Ola Simonsson & Johannes Stjarne Nilsson por su mezcla única de historia, visuales y sonido. 5150 RUE DES ORMES de Éric Tessier por su innovadora combinación de cinematografía clásica y fantástica revelando nuevos dilemas morales

· Diploma Película No Ficción: VAMPIRES de Vincent Lannoo

· Diploma Película Discovery: TONY de Gerard Johnson

Algo exagerado veo el entusiasmo con el film de Fabrice Gobert, que pese a navegar entre géneros no acaba de destacar en ningún aspecto. Más interesantes me parecen la creativa Sound of Noise y el film de Tessier, del que podéis leer la crítica de Mónica para Cineuá aquí.


Casa Àsia

· Mejor Película: COLD FISH de Sion Sono

Nova Autoria

· Mejor Dirección: Sílvia Subirós por LA EDAD DEL SOL

· Mejor Guión: Jaime Serrano por LA LONA

· Mejor Música Original: Gonçal Perales Roy por THE SMILEY

Anima´t

· Mejor Largometraje de Animación: JACKBOOTS ON WHITEHALL de Edward McHenry & Rory McHenry

· Mejor Cortometraje de Animación: UNE NOUVELLE VIE! (A NEW LIFE!) de Fred Joyeux

· Mejor Largometraje de Animación para Niños: THE UGLY DUCKLING de Garry Bardin

Gran Premio del Público El Periódico de Catalunya

· Mejor Película: THIRTEEN ASSASSINS de Takashi Miike

Méliès de plata

· Méliès d’Argent a la Mejor Película Europea: RUBBER de Quentin Dupieux

· Mención Especial: RARE EXPORTS: A CHRISTMAS TALE de Jalmari Helander

· Méliès de Plata al Mejor Cortometraje Europeo: LES BESSONES DEL CARRER PONENT de Marc Riba & Anna Solanas

Méliès de oro

· Méliès de Oro a la Mejor Película Europea: BURIED de Rodrigo Cortés

· Méliès de Oro al Mejor Cortometraje: EL ATAQUE DE LOS ROBOTS DE NEBULOSA –5 de Chema García Ibarra

Premios de la crítica

· Premio de la Crítica Jose Luis Guarner: UNCLE BOONMEE WHO CAN RECALL HIS PAST LIVES de Apichatpong Weerasethakul

· Premio Citizen Kane al director/a revelación: Quentin Dupieux por RUBBER

No podía irse de vacío el tailandés Weerasethakul tras ganar en Cannes, ni deja de premiar la crítica dos de los films más destacados de esta edición. Y ojo que Rubber consigue salir premiada en muchas de las secciones, entusiasmando a la gran mayoría de los espectadores.


De entre las que no han sido galardonadas destacaría la divertida y salvaje I saw the devil (Kim Ji-woon), la transparente y provocadora In the woods (Angelos Frantzis), la intrigante y excelentemente construída La doppia ora (Giuseppe Capotondi), la recurrente e hipnotizante My Joy (Sergei Loznitsa), la reflexiva 14 days with Victor (Román Parrado), la asfixiante Secuestrados (Miguel Ángel Vivas), la inteligente A horrible way to die (Adam Wingard) y la contudente y vertiginosa Confessions (Tetsuya Nakashima). Todos ellos son grandes hallazgos dentro de un festival que prometía sorpresas y donde los grandes no siempre han estado a la altura de su nombre.

Por lo demás, guardo en excelente recuerdo del festival gracias a la gente con la que lo he podido compartir en tantas e ilustrativas charlas. Sin ellos no habría festival. También me quedaré a nivel personal con todo lo sucedido en el pase de Agnósia, así como toparme con la BSO de El bosque a la entrada de un pase de prensa en el Auditori, música que es capaz de ralentizar el tiempo y transportar al oyente al instante mismo en que descubrió el film. Acabó Sitges 2010, pero seguiré disfrutando de todos los recuerdos que me ha dado. Fin.

domingo, 17 de octubre de 2010

Sitges 2010: Recta final


Arranca mi jueves de buena mañana con el pase de prensa de We are the night, la nueva propuesta de Dennis Gansel tras La Ola. Cierto recelo había tras lo comentado por otra gente así como por el espantoso poster, y lo cierto es que el film es de lo más flojo visto en el festival con una historia de vampiras a la conquista de la noche berlinesa. No hay dobles lecturas claras dentro del film ni un acercamiento interesante o innovador al género de vampiros, siendo una historia plana con una plana dirección, unos personajes prototípicos y nada interesante a lo que aferrarse. Queda la sensación de ser un producto meramente funcional dentro de una industria regida por las modas, que doblegan incluso reputaciones de directores con más talento del que les dejan demostrar. No en vano Darren Aronofsky se ha confirmado como el director de la secuela de X-Men Orígenes: Lobezno.

Tras el film de Gansel llegaba una de las cintas más esperadas del festival, Monsters, del debutante Gareth Edwards. El film se sirve de la invasión alienígena como excusa para tratar el nacimiento de una relación en un mundo caótico que sirve como metáfora de las relaciones sentimentales. A medio camino entre La guerra de los mundos spielbergiana y el Antes del amanecerRichard Linklater se retratan unos personajes heridos en un viaje donde a través de conocerse el uno al otro, acaban conociéndose a sí mismos. Un film interesante y personal que puede decepcionar según se encare, pero que opta por huir de los tópicos del género para encontrar su propia identidad, encontrando en los alienígenas ecos de nuestra propia esencia. de

Tras la ración de sci-fi de tinte autoral tocaba dar un paseo por el documental con Colony, de Carter Gunn y Ross McDonnell. Colony se centra en el negocio de la apicultura y en el problema al que se enfrentan al ver como enjambres enteros desaparecen sin causa aparente. A partir de ahí vemos los paralelismo entre la sociedad americana y la jerarquía de un enjambre, así como religión y negocios se mezclan en un mercado donde la polinización de cosechas es el mayor ingreso de los apicultores. También se habla de los pesticidas como posible causante del desorden de derrumbamiento de colonia, confrontando el mercantilismo con la vieja escuela de negocio representada por una familia católica. Interesante a ratos, y difuso a otros siempre resulta valioso por retratar un mundo normalmente desconocido.


Y la siguiente sesión representaba para mi el lujo de poder ver La Cabina y El bosque del lobo en pantalla grande y con la presencia de Pedro Olea en la sala para presentarnos el montaje definitivo de su film. De La Cabina poco os tengo que contar porque debo ser de las últimas personas del mundo en haberla visto, pero su demoledor final me pareció desolador tras el crescendo dramático de la pieza. En cambio El bosque del lobo no me pareció un gran film, aunque obviamente el tiempo siempre hace estragos con ciertas joyas del cine. De hecho el mismo Olea afirmaba que la censura ayudaba a que el film fuera más insinuante que explícito, ganando puntos para una historia más valiosa como retrato de sociedad que como película.

Tras el viaje en el tiempo tocaba volver a la sci-fi de la mano de Earthling, segundo film de Clay Liford en el que nos narra la aceptación de la procedencia de su protagonista. A modo de thriller navegamos a través de las divergentes emociones de una protagonista en plena metamorfosis en un caos reflejada en la narrativa. Interesante, aunque mucho menos aprovechado de lo que se puede ver en cintas como How to live on Earth, dejando la sensación de que el McGuffin no justifica tanta deriva.

Y el plato fuerte del miércoles se presenta con una maratón a la 1 de la madrugada y compuesta por The wild hunt e In the woods, propuestas radicalmente opuestas. La primera, dirigida por el debutante Alexandre Franchi, nos narra el periplo de un joven por recuperar el amor de su pareja. El problema se da cuando ella se refugia en un juego de rol real, creyéndose su personaje y sometiéndose a la voluntad de su líder, mientras el protagonista deberá acercar posturas con su hermano al ser una de las estrellas de dicho juego. Así se muestra la fantasía como una barrera en la pareja o como un refugio al que huir, cediendo terreno The wild hunt a los tópicos y cayendo en lo fácil. No pasa lo mismo con la cinta del griego Angelos Frantzis, que apuesta por sumergir a tres protagonistas en medio de la naturaleza para filmarlos con una cámara de fotos y dejar que las escenas broten. Apenas hay diálogos, apenas hay acción, y son los detalles, los gestos y las miradas los que crean una narrativa tan densa como el espectador esté dispuesto a aceptar, sin rehuir el sexo explícito.

Cerrado el miércoles con tan radical apuesta para altas horas de la madrugada, tocaba empezar el viernes con la esperadísima cinta de Apichatpong Weerasethakul, que obviamente crearía la habitual división de opiniones dentro de la crítica. Y es que en un cine tan personal como el del director tailandés el acercamiento lo es todo, sin que haya cabida a reticencias, sospechas o expectativas, siendo necesario entregarse de lleno a una visión del cine tan limpia como única, poblada de referencias culturales ajenas y fascinantes. Y ahí reside el problema de un término medio que apenas es posible cuando su director deja tanto margen al espectador, demostrando que su independencia no tiene precio y pariendo un film interesante sin ser, para mí, el mejor de los que he podido ver suyos. El Tio Boonmee que recuerda sus vidas pasadas nos habla de fantasmas, de leyendas y de la aceptación de la muerte como un paso más dentro del devenir de las almas, buscando una bucólica naturalidad en el impostado habitual que rodea al más allá en el cine. Desde la plasticidad de sus encuadres y elocuencia de sus (escasos) movimientos de cámara nos sumergimos en diferentes épocas donde pasado y presente (¿y futuro?) conviven en una harmonía que, al igual que deja la puerta abierta a la crítica política (los fantasmas como reflejos de las víctimas del enfrentamiento entre los revolucionarios comunistas y el gobierno tailandés, que pobló de cadáveres el lugar donde se ha rodado el film) puede encararse como la conciliadora concepción del cine de un autor que creció con Indiana Jones, disfruta del cine norteamericano de catástrofes y pese a todo se le encasilla en el ghetto de "autor festivalero", mientras él reivindica lo popular de su cine.

Propuesta diametralmente distinta es Atrocious, rodeada de una potente campaña viral para dar credibilidad a su sinopsis. Y es que lo de "basado en hechos reales" ya se queda corto, y las películas se venden como reales (nada nuevo, snuff legal), pero montar protestas falsas contra el documental a la entrada de la sala me parece indignante. Como indignante es el film en sí, las supuestas grabaciones de una familia asesinada en Abril de este año en Sitges, montadas para disfrute del espectador. Y es que todo huele a refrito barato donde apenas existe tensión ni frescura, y mucho menos verosimilitud cuando todo se confía a la credulidad de un espectador mucho más curtido de lo que los creadores de Atrocious creen. De lejos, el peor film que he visto en el festival.


El día aún dio de sí para films como Bedevilled, escrito y dirigido por Jang Cheol-soo. El film venía de ganar el premio del público en el Fantastic Fest celebrado en Austin, donde Secuestrados había ganado el premio a mejor film de terror y Sound of Noise el de mejor film en la sección de fantástico. Animado tras haber disfrutado con las dos ganadoras ya vista en Sitges tocaba afrontar la apuesta surcoreana, que venía precedida de un reguero de sangre. Y es cierto que violencia no le falta, ni le sobra, pero tras acumular tantas horas de butaca los trámites se convierten a veces en duras batallas que librar contra la vigilia. Y es que a Bedevilled le cuesta más de medio film arrancar, preocupado por convencernos de lo que ha de llegar, exagerando las motivaciones para equilibrarlas con las consecuencias, pero en un festival como Sitges nunca se considera "violencia gratuita" un término peyorativo, por lo que gran parte de su metraje se hace reiterativo, un abuso emocional. El resto da lo que promete, rienda suelta a una protagonista cargada de rabia infinita haciendo estragos en una isla que representa la muerte frente a la ansiada Seúl. El premio en el Fantastic Fest confirma que es un buen film, muy bien llevado y sin caer en delirio de grandeza alguno, pero las casi dos horas de metraje se pueden hacer excesivas cuando no se pretende escarbar en una historia con apenas dobles lecturas.

Y cerrando ya el viernes era hora de una de las posibles sorpresas del festival, Simon Werner a disparu del también debutante Fabrice Gobert. A caballo del drama juvenil, el thriller y el noir, Gobert nos plantea una narración fraccionada donde las versiones de cada uno de sus protagonistas ayudan a desvelar el misterio de las desapariciones de los jóvenes de un aula del instituto. Así navega el espectador entre sospechosos que resultan no serlo, inocentes que no lo son tanto, motivos que no existen y azares con los que no contaba para un relato más atractivo por la forma que por el fondo pero que no acaba de ser notable en ningún aspecto, pese a la cacareada banda sonora de Sonic Youth compuesta expresamente para la película.

Y tras los sinsabores del día anterior, era hora de encarar el último día del festival con la sangrienta propuesta de Kim Ji-woon llamada I saw the devil. "Brutal" es la palabra que mejor engloba las sensaciones al abandonar la sala, tanto por el contenido como por la asfixiante puesta en escena del director surcoreano, que apuesta por las emociones primarias para dar forma a un relato sobre la venganza. Cabe añadir al protagonista de Old Boy como antagonista del relato, con la dosis de violencia que extradiegéticamente añade al relato frente a un inmaculado y joven policía dispuesto a sublimar el dolor de su rival para alcanzar la venganza. Y pese a alguna laguna argumental y lo excesivo de su metraje, I saw the devil es un film que cumple sobradamente con lo que promete.

Todo lo contrario que Into Eternity, documental firmado por el documentalista danés Michael Madsen que trata sobre la problemática de almacenar residuos nucleares con vistas a su aislamiento a 100.000 años vista. El documental entero es una duda que se perpetúa a través del metraje para reposar sobre las incógnitas de lo que depara un futuro para el que debemos hacer previsiones en el presente, alertando del peligro de la tumba nuclear de nombre Onkalo a los futuros habitantes de esa región. De hecho el propio film se postula como documento a esas futuras generaciones y el propio Madsen no duda en incluirse una y otra vez con sus opiniones en un documental que peca de vago. Interesante temática con la que atraernos, pero una excesiva repetición de conceptos y el constante goteo de preguntas sin respuesta (acorde, por otro lado, con lo que propone el director) hacen que le falte garra, así como ciertos momentos hilarantes hacen cuestionarse la seriedad de la propuesta.





Más conciso era Fin, film de Luis Sampieri sobre la incomunicación de la juventud y amparado en la rabiosa actualidad importada de oriente. En Fin nos sumergimos en la relación entre tres jóvenes que no se conocen y que parecen estar unidos por algún plan que desconocemos. Las reticencias harán actos de presencia a medida que ejecutan lo planificando sin dar pistas al espectador mientras poco a poco se nos retrata a cada uno de los tres personajes, parcos en palabras. Con momentos brillantes y otros demasiado contemplativos es fácil despistarse al tener tantas fugas el hilo narrativo y resultar tan obvio el desenlace del film, sin entrar a posicionarse o indagar sobre las motivaciones de sus protagonistas.

El penúltimo film de mi maratoniana experiencia en Sitges era Isolation, una de las tantas rarezas que podemos disfrutar en el festival y que nos sitúa directamente en la sala de aislamiento de un hospital donde una cirujana convertida en paciente será prisionera de una cuarentena sobre la que poca información le darán. Dirigida por Stephen T. Kay cuenta con un par de caras conocidas entre el reparto y se vale de apenas un escenario para situar la angustiosa acción. Resulta fácil perder el pulso de la narración con tan pocos medios, y ni siquiera con injertos de exteriores se suaviza una narrativa que acaba pecando de convencionalismos pese a habernos engatusado ya con su sinopsis. Y es que el pastel entero acaba dependiendo de la guinda y, en este caso, suena a conformista todo un desarrollo sin garra que tampoco consigue coger por sorpresa al espectador.

Y finalmente tocaba cerrar el festival con una dosis de sangre como la que propone el remake de Day of the Woman, I spit on your grave, de Steven R. Monroe. De nuevo la venganza como eje central de un film a cuyos protagonistas tuvimos para presentarlo, y donde se apuesta por lo directo para preparar su tramo final. Y el problema es el desequilibrio entre la preparación del tramo final y el propio tramo final que, como sucedía en Bedevilled, se torna excesivo (mucho más en este caso) y obvio, casi rutinario. La idea es plantear la sangrienta venganza de una mujer violada y supuestamente asesinada por unos habitantes de la América profunda, y para ello no son necesarios más de noventa minutos de metraje, gastados básicamente en crear el suspense previo a la violación de la protagonista, jugando por enésima vez al despiste con personajes que no son lo que aparentan. Ciertamente su violento tercer acto levantó aplausos por lo salvaje (aunque incomprensible) de la venganza, pero en su cómputo total resulta un film flojo marcado por la necesidad de plasmar ciertas escenas y crear alrededor de ellas un hilo conductor que dé sentido al relato.

Ahí acabó Sitges 2010 para un servidor, rondando la cuarentena de films, el letargo mental y la pulmonía. Sobre los premios hablaremos otro día, así como de los films más destacables y los recuerdos y mejores momentos que me he traído de la presente edición del festival. ¡1 saludo!

jueves, 14 de octubre de 2010

Sitges 2010: Días 5 y 6


Mi martes en Sitges arranca con la masterclass del mítico Joe Dante (Gremlins, Exploradores) en el Casino Prado. Mientras tanteo la opción de asaltar al presente en la sala Miguel Ángel Vivas (director de Secuestrados) para pedirle una entrevista, me planto delante de Joe Dante para pedirle un autógrafo, que amablemente me concede. A partir de aquí se nos hace un pase de Trailers from Hell, una colección de tráilers de películas comprendidas entre 1930 y 1980 y comentados por importantes personajes del mundo del celuloide. Comenta Dante que él acostumbraba a coleccionar tráilers, y que una vez se dio cuenta que en su garaje no hacían más que acumular polvo decidió colgarlos de internet. A partir de ahí muchos compañeros de profesión se unieron a la iniciativa, eligiendo sus films preferidos y comentando cada tráiler en piezas de no más de cinco minutos. 

Joe Dante se reconoce como hombre de la vieja escuela, experto en trabajar con bajos presupuestos y preocupado por un futuro que le da la espalda: “Empecé con films baratos para Roger Corman, y ahora vuelvo a hacer films baratos para Roger Corman”. Se mantuvo políticamente correcto durante la masterclass, aunque sutilmente atizó a la crítica y a las productoras más preocupadas por los beneficios que por la calidad. De paso resumió Avatar como “100 años de clichés metidos en una buena peli” y reconoció que tras Miedos 3D no hace ascos a ninguna clase de trabajo.

El día continúa con la vuelta a los orígenes de Takeshi Kitano tras su trilogía sobre arte y artista. Outrage nos plantea la lucha por el poder dentro de los clanes yakuza, donde el mínimo malentendido es capaz de desencadenar una espiral de violencia. Y es cierto que Beat Takeshi está presente en Outrage, donde un cutter le vale para causar estragos, pero el Kitano más inspirado se ausenta en un film tan plano como conformista. Veremos sangre, reiremos y disfrutaremos con su universo, a sabiendas que no estamos ante uno de sus mejores films.

Y el relajado martes se cierra para mí con Kanikosen, dirigida por Sabu y basada en la obra maestra de la literatura proletaria The Crab Cannery Ship, escrita por Takiji Kobayashi. Si bien ya existía una adaptación cinematográfica, el protagonista de Ichi The Killer intenta actualizar la puesta en escena sin modificar la ambientación de la obra, pero consiguiendo un film obvio. Pese a contar con escasos escenarios no consigue que ninguno resulte opresivo, e insiste en escenas que se repiten una y otra vez buscando que empatizemos con los trabajadores a base de acumular, no de convencer. El guión está claramente dirigido a representar la figura del mártir, pero no existe un trabajo formal correspondiente al mantener Sabu una distancia excesiva con sus personajes y una frialdad al retratarlos en sus encuadre.

El miércoles toca madrugar para ver el nuevo trabajo de Joel Schumacher, aunque el ritmo en Sitges hace que ni siquiera recordara algo más del film aparte de su título: Twelve. Basado en el best seller de Nick McDowell nos retrata los conflictos adolescentes de los chicos del  upper east side neoyorkino a través del punto de vista del chico bueno metido a camello tras la muerte de su madre. No vamos a encontrar nada nuevo en Twelve que no hayamos visto en otros retratos generacionales de este tipo, añadiendo una molesta voz en off encargada de constatar toda una serie de información presente en el libro, demostrando lo fallido de la adaptación. Pese a todo, salvaría una escena hermosísima donde la voz en off (Kieffer Sutherland) pone en palabras la importancia de aquellas cosas que, dando por sentadas, nunca decimos.

Agradable fue la sorpresa que supuso Easy Money, tercer film del sueco Daniel Espinosa que se sumerge en el mundo del tráfico de drogas en las calles de Suecia. JW es un joven ambicioso que trabaja de taxista para poder pagarse una vida alternativa de fiestas de alta alcurnia con una vida inventada. Un encargo y sus conocimientos como estudiante de economía le harán imprescindible en un grupo de narcotraficantes a la espera de un gran golpe que le valdría para asentarse en la vida de lujos que tanto ansía, pero con tanto dinero de por medio no hay nadie en quien se pueda confiar. Pese a la milimétrica y trabajada trama, la gran fuerza del film es el retrato de sus personajes, dejando claros sus motivaciones, sus miedos y sus frustraciones para acabar confrontando a todos ellos.




La siguiente en la lista fue My Joy, una rareza de la mano del ucraniano Sergei Loznitsa (Bloqueo, Sweet Sixties). En ella se nos hace un retrato atemporal de su patria y sus gentes, a través de varias escenas sin un hilo conductor del todo claro. En todas ellas se nos muestra un despiadado instinto de supervivencia en unos solitarios personajes más cercanos a lobos que a personas, saltando temporalmente para mostrar el estancamiento moral de un país atrapado en sí mismo. Para ello se basta de escaso diálogo y largas escenas donde la cámara busca descifrar el rostro de los habitantes de My Joy, film donde no hay cabida para la alegría.

Ya de vuelta a la sección de Noves Visions llegaba el momento de La doppia ora, mezcla de géneros del director Giuseppe Capotondi. Arrancando y acabando como un drama romántico el film se desliza suavemente por el thriller sobrenatural y el cine negro para dar respuesta al mcguffin en forma de robo. Capotondi nos entrega las piezas prácticamente desde el principio y las va colocando poco a poco, trasladando la importancia del desenlace del género al drama y creando un título tan imaginativo como hipnotizante. Gran parte del mérito es de su protagonista, Kseniya Rappoport, ganadora de la Copa Volpi en la pasada edición de la Biennale.


Y el martes se cerraba con el pase de 13 Assassins, una vuelta al clasicismo por parte de Takashi Miike con una historia de samuráis y traiciones. El shogun está dispuesto a dar poder a un cruel súbdito, por lo que otros samuráis fieles al juramento de proteger al pueblo decidirán acabar con él antes de llegar al poder. Ellos son 13 y el enemigo 200, y tras los preparativos durante casi tres cuartas partes del film da comienzo el último cuarto dedicado por completo a la batalla, violenta pero contenida. Buen film el del Miike donde olvida los excesos, opta por una dirección transparente y prescinde de grandes dosis de sangre teniendo en cuenta el número de muertos que hay en el film.

Y con esto se cierra el sexto día de intenso festival, quedando una recta final de tres día donde nos espera la palma de oro de Cannes, lo nuevo de Kim Jee-won, Bedevilled, Monsters, We are the night y otros tantos títulos. ¡Un saludo!

martes, 12 de octubre de 2010

Sitges 2010: Días 3 y 4


Tercer día de mi estancia en Sitges y llega uno de los platos fuertes del festival, pese a que las colas son menores de lo esperado. Llega Rubber y con ella la historia de un neumático asesino dotado de poderes psíquicos, dispuesto a no dejar títere con cabeza a su paso. Y es que la gamberra apuesta de Quentin Dupieux levantó tantas carcajadas como aplausos entre un público entregada a tan extraño film. Se ha convertido por derecho propio en una de las mejores del festival, con un arranque surrealista y una primera mitad inspiradísima, donde vemos los primeros pasos del neumático en su entorno, aprendiendo y disfrutando de su condición. No es nada fácil hacer que un neumático sea expresivo…


Segundo plato, y de nuevo uno de los fuertes, que no es otro que The Ward, el regreso a la gran pantalla de John Carpenter. Y con él volvemos a las discusiones entre fanáticos y no fanáticos con un film que, pese a la buena factura, no tendría apenas notoriedad si no fuera por quien lo firma. La historia nos sitúa en un pabellón psiquiátrico donde una chica ha sido ingresada tras incendiar una casa. Allí empezará a ser acosada por un fantasma ante la incredulidad de los doctores y el silencio de sus compañeras, que poco a poco irán pereciendo. Si a las trampas habituales sumamos su cierre, y el uso excesivo del sonido y los sustos de manual para aterrorizar, queda un producto que no defraudará a sus seguidores pero al resto puede que se les quede corto, y más en un festival con tanta oferta donde el riesgo suele ser reconocido.

Ya entrada la tarde era turno para Secuestrados, el film de Miguel Ángel Vivas. Con un arranque soberbio aunque tramposo y unos escasos diez planos secuencia se basta el director para componer un film tan físico como angustiante. No es caprichoso que cada set piece sea un plano secuencia, sumergiendo al espectador en el relato y no renunciando al lucimiento al fusionar dos planos secuencia en uno solo. No faltan el guiño a Funny Games ni los caracteres arquetípicos para un film más enfocado en impactar que en reflexionar.


Y para cerrar el día llegó otra de esas rarezas tan necesarias en el panorama cinematográfico, Sound of Noise, de Ola Simonsson y Johannes Stjarne Nilsson. La propuesta nos sitúa a lomos de un policía que pertenece a una estirpe de reconocidos músicos pero cuyo nulo oído musical lo convierte en la oveja negra de la familia. Pero su oportunidad llega cuando un excéntrico grupo de terroristas intente sembrar el caos en la ciudad a base de conciertos prohibidos, rechazando los instrumentos para utilizar la ciudad como vehículo para la música. Así veremos los 4 movimientos de una sinfonía que les llevará a un quirófano, un banco, el exterior de un auditorio y unos cables de alta tensión en una escena tremendamente creativa. Y pese a recordar a la voluntad de sacar la cámara a las calles de distintas tendencias cinematográficas, el film acaba perdiendo fuelle y cayendo en una linealidad y corrección lejana a lo visto en su primera mitad.

Con ello cerramos el día y tocaba madrugar el día siguiente para ver A horrible way to die, film de Adam Wingard. A grandes rasgos nos narra la vida de una mujer tras delatar a su marido, culpable de varios asesinatos. Mostrando paralelamente la huida del hombre de la prisión junto al intento de rehacer su vida de la protagonista, se tratan alcoholemia y asesinatos como enfermedades a las que ambos hacen frente. Sin prisas y sumergiendo la cámara en el núcleo emocional de ambos protagonistas vemos el intento de superar un pasado del que no saben escapar, un hilero de sangre que siempre permite desandar nuestros pasos.


Tras la dosis de sangre y relaciones humanas, tocaba desatascar el compungido corazón con una divertida propuesta como es Super, enésimo film sobre personas corrientes convertidas a superhéroes. La cinta firmada por James Gunn (guionista de Amanecer de los muertos) nos narra la lucha de un hombre vulgar por rescatar a su amada de las garras de unos narcotraficantes, mamporros mediante. Y pese a la insolencia de algunas escenas, empiezan ya a oler a rancio este tipo de propuestas al buscar todas una estética de cómic y tirar de un humor negro, restando identidad a cada propuesta donde lo excesivo se convierte en seña distintiva. En este caso tenemos un protagonista patético con el que resultaría fácil empatizar, pero los excesos lo convierten en meramente funcional, restando punto para decantarse por la parte más desenfada. Divertida, sin duda, pero hija de los estudios de mercado.

Más tarde llegaba la inefable Dream Home del hongkongnés Pang Ho-cheung, donde nos plantea una denuncia sobre la especulación inmobiliaria. La idea se reduce a mostrar el sueño de una mujer por tener una casa con vistas al mar que resulta demasiado cara. Por ello acabará perpetrando una masacre en el edificio donde está el piso que quiere adquirir para así conseguir una rebaja en el precio. La línea principal se encarga de mostrarnos su presente y las dificultades económicas de mantener con su sueldo a la familia, alternando flashbacks para justificar tan anhelado sueño. La otra línea narrativa nos muestra la noche donde sucede la masacre, un auténtico festival de sangre y tripas donde la crueldad de la protagonista no queda ni de lejos justificada. Una mezcla desequilibrada que acaba aburriendo.

La siguiente sesión vino aderezada con la entrega del premio La màquina del temps a la meteórica trayectoria de Richard Kelly (Donnie Darko, Southland Tales), que tímidamente agradeció el premio recordando la gran acogida de sus dos primeros films en este festival. Y tras ello llegaba la nueva propuesta de Brad Anderson (Session 9, El maquinista), Vanishing in the 7th Street, que con una premisa interesantísima acaba quedándose precisamente en dicha premisa. El arranque es impresionante, donde nos muestra como la oscuridad acecha a las personas y las desvanece instantáneamente. El resto se convierte en un survival horror al que le falta garra y guión, diluyéndose en flashbacks intrascendentes. El propio film acaba “a oscuras” tras brillar los primeros minutos, y remata la función con el habitual guiño a la esperanza.


El penúltimo film del día nos dejó sobre el escenario la presencia de un simpático James Wan encantado con el festival y el ambiente de Sitges. Tras esto, arrancó el visionado de su último y extraño film, Insidious, del que hay opiniones para todos los gustos. Yo no me decidía por ninguna ya que el film se construye desde un clasicismo de libro pero sus acabados buscan una identidad propia, navegando por varios estilos y creando un efectivo film de terror. No le auguro un gran éxito de taquilla, pero sí es un film que tiene todos los números para ganar mucho con un segundo visionado.

Y el día finalmente acaba con 14 days with Victor, de Román Parrado, que nos cuenta la experiencia del joven Víctor posando para un artista atormentado con la idea de plasmar la esencia del sufrimiento. A partir de ahí se explora la psicología del artista en decadencia y del joven en busca de una identidad, tratado bajo el manto del arte desde su concepción a su venta. El film es interesante cuando se sumerge en sus personajes, mostrando como el arte se convierte en un vehículo a través del cual canalizar su dolor y jugando a veces al despiste. Cuando entra en el debate sobre los límites del arte se torna demasiado convencional y previsible, mientras que la imagen del artista esclavo del mercado es más poderosa que la de los ricos ansiosos de arte extremo.

Y con esto toca encarar un martes y miércoles donde estaremos en la masterclass de Joe Dante, veremos el nuevo film de Takeshi Kitano, el nuevo de Miike, y otros films como La doppia ora o My Joy. ¡Un saludo!