domingo, 10 de octubre de 2010

Sitges 2010: días 1 y 2


Pese a que Sitges arrancaba el día 7, yo sólo pude acercarme para solicitar entradas para el día 8, día que que empezaría "mi" Sitges 2010 con un único film: Agnosia. Con tiempo me fui para Sitges el dicho viernes, y aprovechando que el film de Eugenio Mira no empezaba hasta las 22:45 dediqué el tiempo a inspeccionar la zona de mi hotel, sacar fotos y embriagarme del ambiente del festival. Y con Agnosia empezaba, para mí, el festival.

A presentarnos Agnosia vino gran parte del equipo: desde su director Eugenio Mira, a los actores (Eduardo Noriega, una embarazadísima Bárbara Goenaga, Félix Gómez, Sergi Mateu) y su guionista (Antonio Trashorras). Agnosia parte de la premisa de dicha enfermedad sobre la protagonista para construir una trama de espionaje industrial y amor sobre los protagonistas, ambientando la historia en la Barcelona del siglo XIX. Es un film bien rodado, muy cuidado en aspectos técnicos, pero a la historia la falta pegada así como ritmo y guión son algo desequilibrados. No es mal plato para empezar Sitges, pero es de las que debería olvidar durante la estancia en el festival.


Arranca el segundo día de buena mañana con el pase de prensa de The Last Exorcism, falso documental sobre las actividades de un sacerdote con una fe más que dudosa. El film de Daniel Stamm no se toma en serio y le benefecia por completo, cayendo en tópicos habituales en este tipo de cintas, pero aligerando con un potente sarcasmo. La idea del cura intentando desmontar el fraude que existe en los exorcismos, enseñándonos la parte de show que tiene la relegión ayuda mucho a un film que en la vertiente de terror da pocas alegrías.

Más tarde tocaba el film Gustavo Hernández Pérez, La casa muda. Pese al poco entusiasmo que había levantado el film en otros festivales, había curiosidad por ver cómo se planteaba una historia de terror en una casa rodada en un solo plano secuencia y con una cámara fotográfica. El tema de usar una cámara de fotos es intrascendente ya que la calidad de la grabación es excelente, mientras que el uso de un único plano secuencia lastra por completo el guión, adecuado a las exigencias de tener un solo personaje que ha de permanecer en cada estancia un tiempo concreto. El ejercicio es complejísimo, no cabe duda, pero una vez el film está en marcha, dejas de preguntarte por cómo han rodado una escena para preguntarte por qué narices la protagonista es dedica a mirar uno por uno todos los libros de la casa.

El siguiente plato viene de la mano del mejicano Jorge Michel Grau y se compone de carne humana. Somos lo que hay arranca con la muerte de un (en apariencia) vagabundo cerca de un centro comercial. Rápidamente se borra su presencia, se vuelve a la normalidad, y nos sumergimos en la disfuncional familia cuyo padre hemos visto morir. Mientras se plantean el futuro sin un líder, se nos plantean cuestiones como la subsistencia sin alguien que traiga el dinero a casa, par amás tarde hacernos entender que ese dinero no es tan necesario como la comida. Y es que se destapa pronto que la base de la dieta de dicha familia es la carne humana, por lo que la madre o alguno de los tres hijos debe asumir el papel de cazador para cumplir con el rito al que tanta importancia dan. Humor negro y una visión extrema de la sexualidad dan forma a un film que opta por no sumergirse en la casquería ni en el drama familiar, evitando caer en el ridículo y en la pompa para finalmente ser aplaudido por la sala. Y es que la mirada de deseo adolescente no siempre esconde el deseo sexual.


Para mi desgracia, llegó después Tajomaru, film de Hiroyuki Nakano que retoma la historia vista en Rashomón para relatar la historia de amor y amistad entre dos hermanos, un vagabundo y la chica. Podría explicaros la trama y la relación que ella guarda con la historia de Rashomón, pero no es un film que recomiende ya que sus 140 minutos se hacen excesivos, las repeticiones de ideas aburren, las exageraciones e imposibles se suceden y el relato pierde toda la credibilidad necesario para que podamos empatizar mínimamente, ya no con los personajes, sino con la historia. Si me apuráis, diría que de esos 140 minutos del film, 50 se los pasa el protagonista llorando, a los que hay que sumar una voz en off tan innecesaria como molesta.

Para rematar el día llegó una propuesta mucho más interesante como es Confessions, del japonés Tetsuya Nakashima, donde se nos narra una historia de vengaza de una profesora hacia sus alumnos. El film es contundente, muy videoclipero (no hay escena que dure más de 10 segundo), y elaborado, donde la historia completa se formará poco a poco a través de las confesiones de sus protagonistas, calando como la lluvia a través de la ropa. Así se compone un mosaico muy crítico tanto con las nuevas como con el propio sistemas que los educa como son pero no los penaliza por ello. De momento, de lo mejor del festival sin duda alguna.
Y con esto cierro mis dos primeros días de festival, con una infinidad de títulos por delante y las ganas suficientes para teneros al día. Mañana a primera hora toca la esperadísima Rubber, y el regreso de John Carpenter a las pantallas con The Ward, de las que sabréis en la próxima entrada. ¡Un saludo!


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