sábado, 18 de junio de 2011

La puerta del cielo: Life happens...


Me he criado en una familia esencialmente de izquierdas, aunque prácticamente apolíticos, más aferrados al populismo partidista que no a la conciencia crítica. La inercia es el cobijo de quienes creen que no pueden cambiar nada y, si se va la luz, se va primero en casa propia y después en el resto del vecindario. Por ese sentimiento izquierdista arraigado sin cuestionamiento alguno me sorprende escuchar a mi infante sobrino despotricar contra los inmigrantes por causa y motivo de las ayudas económicas que reciben y que a él le vendrían de perlas para adquirir el enésimo videojuego de moda, amparado en arribistas sentencias fruto de una multiculturalidad disjunta. Total, la culpa es siempre del vecino.

Ante eso no puedo más que reflejar lo actual que resulta un film como La puerta del cielo, cobijando en mi sobrino las dos facetas que Cimino plantea: la pérdida de la inocencia y la xenofobia, ambas íntimamente ligadas. Porque al fracaso siempre se le buscan padres mientras de los méritos siempre reclamamos la paternidad y, en ese proceso, gota a gota, cerramos puertas a sueños cuidados con mimo durante años para asumir un presente que creemos equivocado, una distopía que no hemos pedido ni creado y que no admite devolución sino que invita a la queja mascullada. Ya se sabe, la vida es lo que pasa mientras hacemos otros planes.


Así arranca La puerta del cielo, con la vital graduación universitaria de unos jóvenes dispuestos a comerse el mundo, la antesala del triunfo convertida en un instante donde mortalidad, fracaso y tristeza parecen conceptos creados para otros. Fundido a negro, elipsis y la imagen misma de la decepción: un hombre de aspecto descuidado durmiendo en un tren. Si bien el tren representa el viaje omitido, el aspecto del protagonista choca frontalmente con la pulcritud vista en su presentación, así como la inagotable jovialidad se torna en la apacible e improductiva cabezada impensable en quien se mostraba incansable en su búsqueda de la felicidad. Con ello Cimino siembra ya el núcleo emocional de su narración: la nostalgia.

A partir de aquí el relato crece a lo ancho, añadiendo variables sentimentales e ideológicas para elevar su canto a la pureza de la juventud en un país/mundo obstinado en convertir sueños en quimeras. Y en ese desarrollo vemos como la aparente simpleza a la que invita la ingenuidad se torna en retorcidas problemáticas más propias de quien ya no tiene sueños: ni la chica del bueno es realmente suya, ni el malo no solo no es tan malo, sino que es amigo íntimo del bueno y pretendiente de la chica. Es en esa elipsis que hay tras el arranque donde el cine esconde habitualmente lo superfluo, lo innecesario, lo que llamamos vida y que básicamente es el incidente que motiva el resto del metraje.

Todo lo demás en La puerta del cielo es anticlimático, desubicado, incómodo, como la amargura de un infante, que no debiera estar ahí. Supongo que es cierto aquello de que jamás se vuelve al hogar, y que a medida que crecemos cada vez estamos más lejos del sitio en el que queremos estar, tiñéndose blancos y negros en grises y con un amargo bagaje de errores que definen lo que somos. Por todo eso el film de Cimino se antoja como el último refugio de los perdedores, el último tren a un destino que creímos perdido, justicia y chica como recompensa y la esperanza de una pizarra limpia al abandonar el campo de batalla. Pero no, la vida es amarga, y poco importa la bella compañía en alta mar porque las elipsis, pese a todo, existen.

Así que toca buscar esos pequeños oasis (curioso que no tenga plural...) y olvidar pasado y futuro, suspendernos en la inopia y vivir nuestro particular 4 de Julio, llevándome a mi sobrino a tirar petardos como si no hubiera mañana, y como si tampoco hubiera habido ayer. Porque la puerta del cielo no existe, por más que la busquemos, por más metraje que se añada, porque el campo estará por siempre plagado de cadáveres y los cuerpos marcados por los pecados, de los que arruinan carrera, hunden productoras o pervierten la inocencia. Sólo los muertos alcanzan el olvido, y esa es la verdadera puerta del cielo.

 

4 comentarios:

Mister Lombreeze dijo...

A que no es tan mala como.dicen?

Redrum dijo...

Es tan buena como larga, o sea, notablemente larga...

1 saludo y gracias por comentar!

MrMierdas dijo...

Redrum, no te dejes engañar...Mr. Lombreeze no deja de darme el puto coñazo para que la vea... Esta peli está gafada para mí, como Memento, es imposible que las termine...

Redrum dijo...

Jajajaja! No, Mr.Mierdas, si no me convenció con El espejo ya no va a hacerlo.

Ésta me gustó, pero no me parece excepcional, y más jodido resultar pensar qué leches decir cuando ya se ha dicho todo sobre ella.

Memento al menos es cortita, aunque sabiendo el chiste, se la puede ahorrar.

1 saludo y gracias por comentar!