Cuando la tendencia ante tanto remake es fruncir el ceño, extraños me parecían tantos elogios a la precuela de tan célebre saga. Quizá tan condicionante prejuicio no sea el mejor preludio a un visionado pero, como la ciencia ficción me pone, afronté el visionado con el mejor de los ánimos. Y no es el que film de Rupert Wyatt sea malo (o al menos infame), pero hay momentos en que uno, como espectador se siente insultado.
Aunque quizás el gran problema del film de marras tenga un nombre: Project Nim. De este documental ya os hablé en la cobertura de Sitges 2011, y representa la vuelta al ruedo de James Marsh (ganador del Oscar con Man on wire), hecho negativo en si mismo. Y pese a que Project Nim no sea un gran documental, sí traza líneas paralelas con El origen del planeta de los simios que dejan esta última como una burda hipérbole que considera al intelecto del espectador demasiado ocupado engullendo palomitas.

A saber: Project Nim trata sobre un experimento donde un chimpancé crece como un humano más dentro de una familia, mientras intentan enseñarle un lenguaje de signos creado específicamente para el experimento. El simio aprende tan rápido que parece que vaya a poder leerse El Quijote con desdén, su crecimiento y naturaleza obligan a trasladarlo a instalaciones más seguras, el proyecto pierde inversión, etc. en una serie de acontecimiento que llevan al simio de las portadas de los diarios al ostracismo, con la consiguiente pérdida de todos y cada unos de los criadores con los que había compartido alegrías, porros y cariños. ¿Resultado? El chimpancé adulto recibe, ya en el ocaso de su vida, a su primera cuidadora, y el esperado reencuentro acaba con el simio estampando repetidas veces la cabeza de la susodicha contra la pared, con la antológica frase de su hija: "el hecho de que no la matara creo que es muy significativo". Efectivamente lo es, mostrando como el animal, por el simple hecho de ser constantemente abandonado por aquellos a quien ama, ni perdona ni olvida, solo castiga marcando su terreno.
La historia es calcada a la del film de Wyatt, pero mientras Marsh apela a la emotividad entre sus personajes, Wyatt (bueno, Rick Jaffa y Amanda Silver, los guionistas) se enconan en maltratar constantemente al simio para justificar su cambio de rumbo. Y ese tipo de facilidades con el espectador son constantes en un film que, a estas alturas, no necesita de incidir reiteradamente en la bondad animal contra la crueldad humana, y menos cuando las afinidades se justifican a través del dolor y no del afecto. Así a César le plantan un vecino infame que apesta a recurso de guión de los facilones para, más tarde, rodearlo de congéneres que harán lo propio para amargarle la estancia. Y por si fuera poco, tenemos al "amigo" de Harry Potter encasillado en el hijoputismo para aún hacer mas hincapié en el drama existencial del primate, ese ser atrapado entre dos mundos, una suerte de Frankenstein peludo.

A partir de ahí ya entramos en la fantasía, donde el simio dopado es más listo que nadie y, como los buenos futbolistas, hace mejores a los de su entorno. Con ello se orquesta la escena en el Golden Gate y los, siempre majos y populistas, momentos de venganza, para acabar de redondear una apuesta que, si ya de por si contaba con el handicap de saber su desenlace, siembra de tópicos y justificantes innecesarios gran parte de su metraje. Valga como ejemplo el funcional papel de Lithgow o Pinto, o el cambio de roles entre el director del proyecto y el personaje de Franco, que si de primeras el impetuoso era el segundo, más tarde es el director el que (ahora sí) se muestra atraído a toda costa por el dinero.
El origen del planeta de los simios desde luego que no es un mal film, pero dista mucho del entusiasmo con el que ha sido recibida ya que, lejos de proponer nuevas fórmulas en el anquilosado mainstream, tira de rancios engranajes para ganarse el favor del público menos exigente. Incluso Nolan disfraza mejor sus juguetes...