Publicado en Cineuá.
¿Os habéis preguntado alguna vez qué ha sido de aquellas parejas con las que perdisteis el contacto?
Recientemente me asaltó un nombre conocido mientras buscaba una crítica por Internet. El nombre salió asociado a una revista de (aparente) cierto prestigio, y el dueño del apelativo fue amigo mío durante mi etapa de instituto. Por entonces mi incipiente cinefilia tenía eco en dicho sujeto, aficionado a cierto tipo de cine patrio siempre asociado a poetas o a la guerra civil española. Inmediatamente busqué respuesta a si la identidad del crítico y de la mi lejano amigo resultaban ser la misma, y mi infructuosa tarea dura aún hoy día, con la clara intención de descubrir que esa presencia digital nada tiene que ver con la que evoca mi memoria. Pocas veces consentimos que el pasado vuelva para hacernos sentir ínfimos en comparación a los logros ajenos, y la melancolía se enfrenta al ego en esa agridulce sensación donde descubrimos lo etéreo de un recuerdo y a su vez la necesidad de no mancillarlo con el presente.
Ante la presencia de un fragmento del pasado como representa una expareja nuestra actitud no cambia demasiado. Si bien existe el gozo de una estima en presente, ocasionalmente se une a ella la lucha entre el recuerdo de tiempos mejores y el anhelo de poder mirarla por encima del hombro. Si ni el tiempo ni las ilusiones han hecho mella en ella diremos que se ha estancado, mientras que si ha logrado sus sueños y ha ganado en belleza diremos que tenía más encanto cuando era más sencilla, mostrando la divergencia en la que se fractura tan complejo remake vital. Al afrontar tal envite acabamos restando importancia al oponente para centrarnos en salir reforzados en la comparativa existencial, por lo que en muchas ocasiones “revisitar” es el mero eufemismo con el que tapamos una reválida personal.
Tron: Legacy (Joseph Kosinski, 2010) no es la excepción, como no lo fueron ninguna de las puestas al día de otros títulos tan populares como Star Wars o Furia de Titanes, donde el símil vendría a ser un “sí, está mucha más guapa, pero también más tonta”. Y es que los 28 años que separan film y secuela (o upgrade) es tiempo suficiente para que espectador e industria hayan evolucionado de manera importante, imposibilitando un encuentro satisfactorio, y menos cuando Tron: Legacy ni quiere ni debe ir destinada meramente a los seguidores de la original. La tímida joven que se sentaba sola en clase y decoraba su carpeta con fotos de Patti Smith te envía ahora por Facebook invitaciones a fiestas privadas en los locales más de moda en la ciudad, domesticada a base de miradas ajenas de aprobación mientras tu imaginación apela al best of both worlds para cerrar la noche con un “se lo tiene muy creído”.
Porque a Tron: Legacy no le vamos a poner el listón más alto que a su predecesora, y, pese al caro juguete que es, tampoco apela a mucho más allá del entretenimiento con aroma a revival. Y en su terreno no podemos tener queja, ya que si caemos en la trampa, como su protagonista, mejor aceptar desinhibido el envite y disfrutar del pseu-doconcierto de Daft Punk que ejerce mejor de hilo conductor que la propia historia. No en vano, el director, Joseph Kosinski, se ha labrado una carrera creando efectos especiales para anuncios de televisión (véase Mad World o Starry Night), apostando por un continuismo en su estilo, bañando en la hipérbole el Tron original y empacando Tron: Legacy en una mezcolanza de tendencias estéticas de lo más cool a modo de lucimiento visual.
Más allá del envoltorio cuesta encontrar algo más en la cinta de Disney, como si de unos bocetos creciera la idea hasta un concept art y para cuando quisieron darse cuenta tenían material suficiente para el metraje del film, mostrando el caos que provoca tener hasta cinco guionistas aportando ideas. Y no es punible la apuesta cuando el producto se muestra tan honesto y transparente, libre de pretenciosidad alguna mientras vagamente apela al cine de aventuras con el que crecimos hace casi tres décadas buscando precisamente eso, ser el legado de un cine más artesanal en un industria dominada por los números. Porque la contradicción radica en su propia trama, donde el breve subtexto lleva a la lucha por escapar del mundo digital a sus protagonistas, mostrando que la maravillosa criatura que pudo haber sido Tron: Legacy se ha convertido en una desalmada copia de lo que debió ser, como la chica de ayer, bailando sola sobre su tacones en busca de guiños hormonales mientras en la barra apuramos la copa brindando por las amenas charlas de antaño.
Y cuando la música cesa es tiempo de izar velas y volver a casa, tras la falsa promesa de volver a vernos. La deuda está saldada y nos sentimos ganadores pese a la extraña tristeza que provoca el atisbo de instantes caducos. Lo que una vez amamos ya no existe, así como lo que nosotros fuimos también fue barrido por la marea. Caminamos erguidos hacia el coche, ponemos el CD de la nostalgia y nos alegramos de saber que no amamos el presente de la outsider de clase, sin pararnos a pensar que aquí y ahora tampoco amaríamos a la chica que un día nos descubrió a Patti Smith.
2 comentarios:
Eh! Me ha encantado este post. La vieja Tron me pareció una tontería en su día... y la nueva no es que tenga muchas ganas de verla (igual cae algún día)...pero lo demás.
Joder! A veces he pensado en meterme en facebook sólo por encontrar viejos amigos de la infancia con los que perdí contacto... Y hace nada me encontré con un viejo amigo con el que acabé fatal... Sé que él había acabado de presentador-crítico televisivo en una televisión local y ahora a saber, pero estará más que colocado en rollos culturales... y ahí estaba yo, haciendo de azafato en la exposición de Kurosawa... un saludo y él preguntándome si conocía a la que se encargaba de rollo.. bueno, mejor lo dejo, que veo que me enrollo.. Pero vamos, que me ha gustado el post. Buena reflexión.
Un saludito.
Jajajajaja! David, ¿ironía?
1 saludo y gracias por comentar!
Publicar un comentario