Déjame entrar: Nadie entiende la soledad de un niño

Esto no es un film de vampiros, aunque veremos sangre. Esto no es un thriller, pese a estar envuelto de oscuridad y muerte. Esto no es terror, pese a que veremos desmembramientos. Déjame entrar es un oscuro cuento sobre la soledad del infante, sobre la indefensión y la amistad, sobre escondites, refugios y muros donde nos protegemos de un mundo que no entendemos.

Déjame entrar (Let the right one in) es la historia de dos adolescentes solitarios, el uno que sufre abusos escolares y la otra una vampira, ambos encerrados tras las puertas de su condición, temerosos y atormentados. En parques vacíos, noches cerradas y la nieve de Estocolmo tendrán lugar los encuentros entre dos almas perdidas condenadas a enamorarse.

Oskar (Kåre Hedebrant) tiene 12 años y vive con su madre. Pasa el tiempo practicando ante el espejo cómo llevara a cabo su venganza, cuchillo en mano, contra el chico del que sufre abusos en el colegio. Cierta noche verá como llega un nuevo inquilino al inmueble, Eli (Lina Leandersson), una enigmática joven que sentirá una gran curiosidad por la vida de Oskar.

La llegada de Eli al vecindario coincidirá con varias muertes que apuntarán directamente a ella y su compañero de piso. Así descubriremos la verdadera naturaleza de Eli a la par que los lazos con Oskar se estrechan en un vínculo emocional que les hará abrir las puertas de sus propios mundos para dar cobijo el uno al otro.

Dicen que Déjame entrar es un nuevo giro de tuerca al género vampírico, pero no es del todo cierto. El vampirismo es sólo un recurso en el film para retratar dos mundos interiores condicionados, la inocencia de dos niños marcados por la crueldad. La sangre y la violencia queda para la presentación y la manera de acercar el mundo de Eli a Oskar, cómo le deja entrar.

El film gira exclusivamente entorno a los dos protagonistas, que desde la sencillez y la convicción de sus interpretaciones nos acercan a sus trastornados interiores. Seres que viven en una frialdad que no sólo se limita a lo climatológico, espacios vacíos y parques sin niños, con la noche como testigo de dichos encuentros.

Tomas Alfredson (director) y John Ajvide Lindqvist (que adapta su propia novela) pueblan el relato de una cómoda intimidad y un tranquilo viaje a través de la vida de los protagonistas, de blanca piel, negra alma y roja sangre, colores recurrentes en la cinta. A eso ayuda una gran fotografía de Hoyte Van Hoytema, que juega con esos contraste y con los espacios vacíos que da tan deshabitada población.

Así se dota al film de un siniestro aire a cuento para adultos, donde la violencia se disfraza de inocencia, y cuya única cojera es la falta de peso en el argumento. Los papeles secundarios apenas tienen peso en la trama, resultando incomprensible su papel y sobrante su metraje. La frialdad del relato está acorde con su falta de profundidad y al aroma a fábula que transpira en su excelente final.

En definitiva, un film modesto y notable, Schubert y Baudelaire en una sonata para piano y violín, con más detalles que grandeza. Un sencillo relato infantil sobre el descubrimiento del amor y las puertas que se abren por el camino, sobre soledad y muerte, noches blancas en tiempos oscuros.

Lo mejor: La escena de la piscina.

Lo peor: La mayoría de secundario sólo aportan el cuello.

El dato: En la escena final, Oskar envío un pequeño beso a Eli, en morse.