Hoy me ha llegado mi nuevo móvil. El “antiguo” me dejaba llamar,  enviar mensajes y tenía un despertador la mar de eficaz, pero en los  tiempos que corren la tecnología dura menos que un replicante. Sin la  portabilidad lista me he lanzado a conectarme a la red wi-fi y empezar  así a descargar aplicaciones, fondos de pantalla y a hablar con la  gente, aunque tenía el pc delante. El caso es que tenía que escribir  este texto y la supuesta tecnología que cada vez nos ahorra más tiempo  se ha comido gran parte del que tenía que dedicar al film de Kike Maíllo.  Si bien es un contrasentido, hoy día la figura del ermitaño pasa por  esa extraña gente que no puede navegar desde su móvil o hablar a  cualquier hora con cualquiera de sus amigos. Reconozcámoslo: la  mensajería instantánea es un invento muy bien parido que te permite no  estar solo a la par que ignorar a quien nos interpela sin tener que  verle la cara: la perfecta comunión entre individualismo y  socialización.
También fui uno de esos que renegó de Facebook para acabar conociendo  al dedillo el día a día de gente que no he tenido el placer de conocer.  Y aunque al invento de Zuckerberg lo carga el diablo, hay que reconocer  que su uso resulta mucho más productivo que las aplicaciones que he  estado trasteando para Android. Imaginemos el equivalente tangible de  Facebook, en un bar con nuestros cientos de amigos repartidos en mesas.  Recorremos cada una de ellas para escuchar íntegras cada una de las  conversaciones, asintiendo ciertos comentarios y respondiendo otros, en  un baile incesante entre debates. Cogemos el periódico y resaltamos una  noticia para que ocho personas asientan sin comentar nada en absoluto,  mientras otra me roba el periódico para hacer lo propio en otra mesa  que, de repente, estalla en una acalorada discusión. Más tarde alguien  saca su álbum de fotos de las vacaciones mientras en otra mesa sacan un  parchís, y todo fluye con naturalidad mientras la gente se deja ir y  venir entre conversaciones. Un “Gracias, Facebook” quizás sea tan inútil  como la escena descrita.
El caso es que el protagonista de Eva (genio de la robótica,  por supuesto) tiene como mascota un gatito virtual que le acompaña allá  donde va. A esa política de la negación del esfuerzo le llaman  progreso, pero con ella no solo se eliminan las desventajas sino también  los trayectos y sus implicaciones. Dicho protagonista se ve ayudado por  un mayordomo capaz de jubilar al servicio completo del palacio de  Buckingham, mejorado con un sistema de empatía adaptable que permite al  personaje principal elegir la cercanía emocional de su siervo. Es decir,  a lo meramente funcional se le acoplan necesidades que van más allá de  lo terrenal para entrar en lo espiritual, ¿o alguien de verdad piensa  que la gente se compra un iPhone por el GPS? El protagonista tiene un  hermano tonto, un amor de juventud convertido en amor de su vida, y un  proyecto que requiere de un niño especial. El niño es niña, su padre es  el hermano tonto y el amor de su vida es la mujer del hermano tonto (el  espíritu santo es el gato, y amén), que para algo el mundo es un pañuelo  que cabe en un smartphone.
Esa es la apuesta de Eva, compacta y funcional, decorada con efectos especiales high quality y una usabilidad harto sencilla, compactando en el mínimo espacio el máximo de utilidades que la pericia de Maíllo  y sus cuatro guionistas es capaz de parir. Porque en épocas donde lo  funcional reina, lo humano se pierde en favor de cantidad y comodidad,  cambiando profundidad por amplitud en mercados con una ingente oferta.  Así creamos Frankensteins a medida o niños perfectos en el caso de Eva, optando por el patchwork  en tecnología, relaciones y otros tantos olvidando la palabra  “renuncia” que Gmail nos enseño a tirar a la papelera al decirnos que  jamás tendríamos que volver a borrar un mail. Nadie quiere solo llamar  pudiendo, además, navegar por Internet con el mismo cacharro. Nadie  quiere tener solo un amigo (y sus limitaciones) cuando se pueden tener  decenas para cada una de nuestras necesidades (grupos lo llaman ahora).  Nadie quiere un film de robots, un thriller o una de amor, cuando se puede amontonar todo en uno con el que llenar, por acumulamiento, al espectador.
Quizás las miguitas de alma que dejamos por el camino nos ayuden algún día a encontrar el camino de vuelta a casa.
 
 
 
 
 
 
 


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
5 comentarios:
RedRum, ¿por qué me resulta pelín ridículo cuando los spaniards metemos la mano en esta tipo de cine?
No he visto la peli, pero el otro día me tragué el making off y desubrí ciertos fragmentos que ponían la piel de "pollo"( siempre me sucede cuando veo hacer el ridículo a alguien...)
Saludos!
Perdón por el off-topic,
Mrredrum podría usted ir a su configuración de blogger y en la pestaña "Feed del sitio" elegir "Permitir feeds del blog Completo", maño?
Si le digo la verdad, Mr.Mierdas, si en Venecia ya me dejó indiferente, cierta actitud del director comentada entre bastidores en Sitges me hacen pillarle aún más tirria.
Es un debut, mucha pasta y mucho conformismo, y para asegurar toca tirar de lo que (creemos) la gente quiere. ¿Resultado? Tintín la ha barrido... 300.000 euros contra los 5 millones de Tito Spielberg... Ergo, estoy con usted, por imitar, toca hacer el ridículo.
Mr.Lombreeze, si tú me dices ven, yo dejo Mordor. Hecho.
Ai, qué bonico! Que todo queda en familia!
1 saludo y gracias por comentar!
3 cosas destacables: gatito, mayordomo y abrigo rojo. Y lo del abrigo rojo por aquello de que a servidora le gusta caperucita roja XD
Leñe, Metalia, entonces te ha parecido un castañote...
1 saludo y gracias por comentar!
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