domingo, 30 de octubre de 2011

Eva: Smartphilm


Hoy me ha llegado mi nuevo móvil. El “antiguo” me dejaba llamar, enviar mensajes y tenía un despertador la mar de eficaz, pero en los tiempos que corren la tecnología dura menos que un replicante. Sin la portabilidad lista me he lanzado a conectarme a la red wi-fi y empezar así a descargar aplicaciones, fondos de pantalla y a hablar con la gente, aunque tenía el pc delante. El caso es que tenía que escribir este texto y la supuesta tecnología que cada vez nos ahorra más tiempo se ha comido gran parte del que tenía que dedicar al film de Kike Maíllo. Si bien es un contrasentido, hoy día la figura del ermitaño pasa por esa extraña gente que no puede navegar desde su móvil o hablar a cualquier hora con cualquiera de sus amigos. Reconozcámoslo: la mensajería instantánea es un invento muy bien parido que te permite no estar solo a la par que ignorar a quien nos interpela sin tener que verle la cara: la perfecta comunión entre individualismo y socialización.

También fui uno de esos que renegó de Facebook para acabar conociendo al dedillo el día a día de gente que no he tenido el placer de conocer. Y aunque al invento de Zuckerberg lo carga el diablo, hay que reconocer que su uso resulta mucho más productivo que las aplicaciones que he estado trasteando para Android. Imaginemos el equivalente tangible de Facebook, en un bar con nuestros cientos de amigos repartidos en mesas. Recorremos cada una de ellas para escuchar íntegras cada una de las conversaciones, asintiendo ciertos comentarios y respondiendo otros, en un baile incesante entre debates. Cogemos el periódico y resaltamos una noticia para que ocho personas asientan sin comentar nada en absoluto, mientras otra me roba el periódico para hacer lo propio en otra mesa que, de repente, estalla en una acalorada discusión. Más tarde alguien saca su álbum de fotos de las vacaciones mientras en otra mesa sacan un parchís, y todo fluye con naturalidad mientras la gente se deja ir y venir entre conversaciones. Un “Gracias, Facebook” quizás sea tan inútil como la escena descrita.

El caso es que el protagonista de Eva (genio de la robótica, por supuesto) tiene como mascota un gatito virtual que le acompaña allá donde va. A esa política de la negación del esfuerzo le llaman progreso, pero con ella no solo se eliminan las desventajas sino también los trayectos y sus implicaciones. Dicho protagonista se ve ayudado por un mayordomo capaz de jubilar al servicio completo del palacio de Buckingham, mejorado con un sistema de empatía adaptable que permite al personaje principal elegir la cercanía emocional de su siervo. Es decir, a lo meramente funcional se le acoplan necesidades que van más allá de lo terrenal para entrar en lo espiritual, ¿o alguien de verdad piensa que la gente se compra un iPhone por el GPS? El protagonista tiene un hermano tonto, un amor de juventud convertido en amor de su vida, y un proyecto que requiere de un niño especial. El niño es niña, su padre es el hermano tonto y el amor de su vida es la mujer del hermano tonto (el espíritu santo es el gato, y amén), que para algo el mundo es un pañuelo que cabe en un smartphone.


Esa es la apuesta de Eva, compacta y funcional, decorada con efectos especiales high quality y una usabilidad harto sencilla, compactando en el mínimo espacio el máximo de utilidades que la pericia de Maíllo y sus cuatro guionistas es capaz de parir. Porque en épocas donde lo funcional reina, lo humano se pierde en favor de cantidad y comodidad, cambiando profundidad por amplitud en mercados con una ingente oferta. Así creamos Frankensteins a medida o niños perfectos en el caso de Eva, optando por el patchwork en tecnología, relaciones y otros tantos olvidando la palabra “renuncia” que Gmail nos enseño a tirar a la papelera al decirnos que jamás tendríamos que volver a borrar un mail. Nadie quiere solo llamar pudiendo, además, navegar por Internet con el mismo cacharro. Nadie quiere tener solo un amigo (y sus limitaciones) cuando se pueden tener decenas para cada una de nuestras necesidades (grupos lo llaman ahora). Nadie quiere un film de robots, un thriller o una de amor, cuando se puede amontonar todo en uno con el que llenar, por acumulamiento, al espectador.

Quizás las miguitas de alma que dejamos por el camino nos ayuden algún día a encontrar el camino de vuelta a casa.

5 comentarios:

MrMierdas dijo...

RedRum, ¿por qué me resulta pelín ridículo cuando los spaniards metemos la mano en esta tipo de cine?
No he visto la peli, pero el otro día me tragué el making off y desubrí ciertos fragmentos que ponían la piel de "pollo"( siempre me sucede cuando veo hacer el ridículo a alguien...)

Saludos!

Mister Lombreeze dijo...

Perdón por el off-topic,
Mrredrum podría usted ir a su configuración de blogger y en la pestaña "Feed del sitio" elegir "Permitir feeds del blog Completo", maño?

Redrum dijo...

Si le digo la verdad, Mr.Mierdas, si en Venecia ya me dejó indiferente, cierta actitud del director comentada entre bastidores en Sitges me hacen pillarle aún más tirria.

Es un debut, mucha pasta y mucho conformismo, y para asegurar toca tirar de lo que (creemos) la gente quiere. ¿Resultado? Tintín la ha barrido... 300.000 euros contra los 5 millones de Tito Spielberg... Ergo, estoy con usted, por imitar, toca hacer el ridículo.

Mr.Lombreeze, si tú me dices ven, yo dejo Mordor. Hecho.

Ai, qué bonico! Que todo queda en familia!

1 saludo y gracias por comentar!

Metalia dijo...

3 cosas destacables: gatito, mayordomo y abrigo rojo. Y lo del abrigo rojo por aquello de que a servidora le gusta caperucita roja XD

Redrum dijo...

Leñe, Metalia, entonces te ha parecido un castañote...

1 saludo y gracias por comentar!