Existe implícito en el arte el poder de trascender las fronteras del tiempo, de hacerse eterno y presentarse en toda su belleza generación tras generación. Obras con décadas y siglos de antigüedad conectan con nosotros, rejuveneciéndolas, convirtiéndolas en presente y en muchos casos, dejando un perenne recuerdo de su paso por nuestra vida. Una de esas obras es Jennie, que con más de 6 décadas a sus espaldas sigue siendo sorprendente y mágica.
El film de William Dieterle nos habla del amor, la obsesión y la inspiración, tres pilares de la creación artística volcados con cierto fetichismo sobre el retrato de Jennie, constante y símbolo del nexo entre los protagonistas a lo largo del film. Ese es precisamente el eje de Jennie, la creación de un cuadro y cómo ese proceso impregna la puesta en escena de la película.
Toda ella rebosa el marcado sello del expresionista director alemán, sabiamente suavizado con el impresionismo propio de algunas de las pinturas del protagonista. Ambas corrientes confluyen en una fotografía que aprovecha la luz a la perfección para impregnarla de onirismo, y unas irreales ambientaciones reflejo del estado emocional del personaje de Joseph Cotten, todo ello apoyado en unos efectos especiales que ganaron merecidamente el Oscar por acabar de dar el empaque fantástico que rebosa esta joya del cine.
A ello también contribuye el compositor Dimitri Tiomkin, que basándose en 4 piezas del impresionista Debussy construye una banda sonora casi omnipresente en el film y perfectamente adaptada a la trama y el tono de la narración. Si su aportación ya es más que notable, queda para el mítico Bernard Herrmann la composición de la canción de Jennie, adaptada de la letra que recoge la novela original de Robert Nathan en la que se basa el film de Dieterle.
Queda claro que el apartado formal de Jennie es portentoso, tanto en el uso del blanco y negro como de la luz y finalmente del color, incluso texturizando momentos del film a modo de lienzo, pero eso no desluce un fondo que la sigue convirtiendo hoy día en uno de los mejores films fantásticos de la historia. Y es que el guión juega hábilmente con los tres factores antes mencionados, amor, obsesión e inspiración, perfectamente medidos y servidos para que el apartado visual remarque sus bondades sin necesidad de saturar ninguno de sus ingredientes.
La historia de Jennie sugiere más que explica, insinúa, propone una serie de metáforas al espectador, mientras que la sobreexplicación de obviedades es uno de los males del cine actual. La figura de Jennie se erige más allá de la persona que representa, desde una abnegada simplicidad necesaria para ser ensoñación y pólvora del absoluto protagonista del film, en busca de un tiempo pasado al que retratar.
Esas apariciones son puntuales y sin embargo ansiadas, hábilmente envueltas en el velo de lo irreal y sin una duración que recargara el aspecto romántico del film ni tampoco restara importancia a la presencia de Jennie en la vida de Eben. Esos momentos se complementan con la vida diaria del pintor con sus mecenas y la vana búsqueda de la inspiración y un talento más cercano al eco que al parto, y aunque el supuesto misterio sea expresamente menos, el final no pretende justificar la trama, sino completarla.
En definitiva un film soberbio capaz de equiparar trama con ambientación, entendiendo que el aspecto visual no es un mero soporte al texto, sino un amplificador, un prisma tan necesariamente cuidado como el fondo que trata y no el mero envoltorio que desechamos al toparnos con semejante regalo. Magistral hito en la historia de la ficción.
El film de William Dieterle nos habla del amor, la obsesión y la inspiración, tres pilares de la creación artística volcados con cierto fetichismo sobre el retrato de Jennie, constante y símbolo del nexo entre los protagonistas a lo largo del film. Ese es precisamente el eje de Jennie, la creación de un cuadro y cómo ese proceso impregna la puesta en escena de la película.
Toda ella rebosa el marcado sello del expresionista director alemán, sabiamente suavizado con el impresionismo propio de algunas de las pinturas del protagonista. Ambas corrientes confluyen en una fotografía que aprovecha la luz a la perfección para impregnarla de onirismo, y unas irreales ambientaciones reflejo del estado emocional del personaje de Joseph Cotten, todo ello apoyado en unos efectos especiales que ganaron merecidamente el Oscar por acabar de dar el empaque fantástico que rebosa esta joya del cine.
A ello también contribuye el compositor Dimitri Tiomkin, que basándose en 4 piezas del impresionista Debussy construye una banda sonora casi omnipresente en el film y perfectamente adaptada a la trama y el tono de la narración. Si su aportación ya es más que notable, queda para el mítico Bernard Herrmann la composición de la canción de Jennie, adaptada de la letra que recoge la novela original de Robert Nathan en la que se basa el film de Dieterle.
Queda claro que el apartado formal de Jennie es portentoso, tanto en el uso del blanco y negro como de la luz y finalmente del color, incluso texturizando momentos del film a modo de lienzo, pero eso no desluce un fondo que la sigue convirtiendo hoy día en uno de los mejores films fantásticos de la historia. Y es que el guión juega hábilmente con los tres factores antes mencionados, amor, obsesión e inspiración, perfectamente medidos y servidos para que el apartado visual remarque sus bondades sin necesidad de saturar ninguno de sus ingredientes.
La historia de Jennie sugiere más que explica, insinúa, propone una serie de metáforas al espectador, mientras que la sobreexplicación de obviedades es uno de los males del cine actual. La figura de Jennie se erige más allá de la persona que representa, desde una abnegada simplicidad necesaria para ser ensoñación y pólvora del absoluto protagonista del film, en busca de un tiempo pasado al que retratar.
Esas apariciones son puntuales y sin embargo ansiadas, hábilmente envueltas en el velo de lo irreal y sin una duración que recargara el aspecto romántico del film ni tampoco restara importancia a la presencia de Jennie en la vida de Eben. Esos momentos se complementan con la vida diaria del pintor con sus mecenas y la vana búsqueda de la inspiración y un talento más cercano al eco que al parto, y aunque el supuesto misterio sea expresamente menos, el final no pretende justificar la trama, sino completarla.
En definitiva un film soberbio capaz de equiparar trama con ambientación, entendiendo que el aspecto visual no es un mero soporte al texto, sino un amplificador, un prisma tan necesariamente cuidado como el fondo que trata y no el mero envoltorio que desechamos al toparnos con semejante regalo. Magistral hito en la historia de la ficción.
4 comentarios:
Lo cierto es que es una película mágica aunque a mí me molestara el constante histrionismo de la música. Suscribo tu último párrafo y me quedo dándole vueltas a lo del eco y el parto... :D
Me encanta Cotten, aish...
Muchísimas gracias, Mónica! :D ¿Dándole vueltas? ¿Por ilógico?
Aiiii Cotten, ya no hay hombres como esos...
1 saludo y gracias por comentar!
Tengo pendiente esta película que he visto no pocas veces en listas de mejores cintas del fantástico, tu critica me ha dado ganas de verla por fin.
Saludos!
Gracias Doc, supongo que he hecho bien mi trabajo! Vale la pena echarle un ojo, por el ejercicio de estilo y por la historia.
1 saludo y gracias por comentar!
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