Todo empieza con una mano en busca de luz y encontrando esa que dicen que hay al final del túnel. La estricta, religiosa y finalmente enferma dueña de la casa abandona a su suerte a la manada, sumidos en la oscuridad más absoluta y aferrados a las enseñanzas convertidas en dogma. Este es el punto de partida de Clayton, el papel de las normas y fe aprendida en un conjunto de personas dueñas de su destino, inexpertos en la práctica y excesivos en la idolatría.
Sin viento ni brújula los náufragos asumen papel y consejo de Eolo, negando la ausencia, empuñando el orden y levantando el mausoleo en el que, a las nueve cada noche, su madre se disfraza de profeta metida a guardia de tráfico cuando las disyuntivas dividen opiniones y grupo. Y cuanto mayor es el dogma, más presente se hace la ceguera y con ella la oscuridad en la casa, siendo aire para el espectador luz y libertad fuera de los muros que los protagonistas llaman hogar.
Toda serie de reglas tiene sus escapes y la rigidez de intramuros se torna laxa a la luz del día, donde los pequeños deslices visitan al individuo para ser posteriormente juzgado por el grupo, poseedor de la verdad doméstica. Y es que da igual quien apriete el gatillo que las balas no entienden de edad, virtud ni condición y lo que antaño unía su credo bajo el yugo de la disciplina se torna temblor creando las fisuras necesarias para que la luz haga presencia en la oscura casa de su madre.
No falta tampoco a la función el alter ego de la figura materna, el desconocido padre que con piel de cordero pervierte al individuo para hacerse con el auténtico legado de la difunta. La solitaria casa antes regida por una moribunda cobra el color de lo desteñido, el contraste del pecado, atacando a su género frente a la trinidad femenina encarnada en diosa, hija en la tierra y profeta. Porque cada individuo tiene un rostro, recordado constantemente a base de primeros planos, dejando claro que toda casa tienes sus habitaciones, y todas ellas levantadas ladrillo a ladrillo.
Al súbdito menor se le corona rey en lo alto del mausoleo ante la mirada atónita del pueblo que espera que un rayo haga justicia con el blasfemo, mientras el profeta se reconoce ventrílocuo dejando a los náufragos sin ayuda celestial, aferrados al primer salvavidas que aparece tras la muerte del capitán. Si infringir la norma no conlleva ya castigo, la risa no se antoja pecado y las estrictas leyes dan cuenta que dicha armadura más que proteger, pesa.
Y se desata la tormenta cuando el recinto llamado hogar caduca, dejando al descubierto su mero uso como continente de reglas de conducta. La inclusión de variables en lo cotidiano modifica la percepción de la seguridad de nuestro fortín, el mausoleo se queda sin muebles y la casa sufre un lavado de cara que inevitablemente agita los cimientos de la hoja de ruta que creían inmutable, forzando a los habitantes a saltarse códigos en pro de la supervivencia del grupo.
Entonces el miedo, inicio de todo, devuelve el rebaño al pastor para que la unidad haga frente a la tormenta. La senda ahora en tinieblas les reta a abandonar enseñanzas y un hogar reducido a paredes y techos para afrontar la auténtica orfandad, la del desamparo. Así, herido de muerte el pasado dan caza a su verdugo y si el arranque nos brindaba a la cabeza de familia llegando a casa a pleno día, la noche acoge a sus nuevos inquilinos al cierre de la obra de Clayton.
Sin viento ni brújula los náufragos asumen papel y consejo de Eolo, negando la ausencia, empuñando el orden y levantando el mausoleo en el que, a las nueve cada noche, su madre se disfraza de profeta metida a guardia de tráfico cuando las disyuntivas dividen opiniones y grupo. Y cuanto mayor es el dogma, más presente se hace la ceguera y con ella la oscuridad en la casa, siendo aire para el espectador luz y libertad fuera de los muros que los protagonistas llaman hogar.
Toda serie de reglas tiene sus escapes y la rigidez de intramuros se torna laxa a la luz del día, donde los pequeños deslices visitan al individuo para ser posteriormente juzgado por el grupo, poseedor de la verdad doméstica. Y es que da igual quien apriete el gatillo que las balas no entienden de edad, virtud ni condición y lo que antaño unía su credo bajo el yugo de la disciplina se torna temblor creando las fisuras necesarias para que la luz haga presencia en la oscura casa de su madre.
No falta tampoco a la función el alter ego de la figura materna, el desconocido padre que con piel de cordero pervierte al individuo para hacerse con el auténtico legado de la difunta. La solitaria casa antes regida por una moribunda cobra el color de lo desteñido, el contraste del pecado, atacando a su género frente a la trinidad femenina encarnada en diosa, hija en la tierra y profeta. Porque cada individuo tiene un rostro, recordado constantemente a base de primeros planos, dejando claro que toda casa tienes sus habitaciones, y todas ellas levantadas ladrillo a ladrillo.
Al súbdito menor se le corona rey en lo alto del mausoleo ante la mirada atónita del pueblo que espera que un rayo haga justicia con el blasfemo, mientras el profeta se reconoce ventrílocuo dejando a los náufragos sin ayuda celestial, aferrados al primer salvavidas que aparece tras la muerte del capitán. Si infringir la norma no conlleva ya castigo, la risa no se antoja pecado y las estrictas leyes dan cuenta que dicha armadura más que proteger, pesa.
Y se desata la tormenta cuando el recinto llamado hogar caduca, dejando al descubierto su mero uso como continente de reglas de conducta. La inclusión de variables en lo cotidiano modifica la percepción de la seguridad de nuestro fortín, el mausoleo se queda sin muebles y la casa sufre un lavado de cara que inevitablemente agita los cimientos de la hoja de ruta que creían inmutable, forzando a los habitantes a saltarse códigos en pro de la supervivencia del grupo.
Entonces el miedo, inicio de todo, devuelve el rebaño al pastor para que la unidad haga frente a la tormenta. La senda ahora en tinieblas les reta a abandonar enseñanzas y un hogar reducido a paredes y techos para afrontar la auténtica orfandad, la del desamparo. Así, herido de muerte el pasado dan caza a su verdugo y si el arranque nos brindaba a la cabeza de familia llegando a casa a pleno día, la noche acoge a sus nuevos inquilinos al cierre de la obra de Clayton.
7 comentarios:
Pues un post muy revelador para mi pues, hasta ahora amigo redrum, desconocía de cuanto hablas.
Me has despertado la curiosidad.
Saludos
Buen artículo Nico, intuyo que te ha gustado por resultarte tan sugerente en algunos puntos, y es que creo que Clayton es un director demasiado olvidado teniendo en cuenta su corta pero afortunada filmografía.
Ahora métele mano a "Suspense" y "Un lugar en la cumbre" cuando puedas, probablemente Clayton te ganará para siempre.
Abrazos
Buenas noches Redrum.....
Desconozco la película que hablas,pero al igual que Crowley me pica la curiosidad de saber más de ella...
P.D.me alegro que te gusten las bandas sonoras que pongo en mi espacio.
y dos ...os ayudare en lo que pueda,en la revista,si el tiempo me lo permite..
es un proyecto genial,adelante
un saludo
Pues esta no la he visto, aunque tu post invita a verla...y como dice Ivan (sin que sirva de precedente :D) mira "Suspense" (los traductores del título se quedaron a gusto). Una excepcional película...excepcional película...y de paso te darás cuenta de cuanto copió Amenabar para hacer "Los otros"
Bogarde está francamente bien en esta película.
Bueno, yo no creo que Clayton esté muy olvidado, al menos las 3 que cita Iván están en la mente de cualquier cinéfilo.
"The innocents" es la mejor.
Por cierto la banda sonora de Delerue está muy, muy bien. Y es que Delerue era tan tan grande...
http://www.youtube.com/watch?v=m80QkkJ3haY
Me alegra haberle despertado la curiosidad, estimado Crowley! Por eso me interesa más este tipo de crítica donde no se juzga propiamente, sino se da una visión y que el espectador opine cuando la vea. Aparte que cada vez más me interesa más que los textos sean buenos por sí mismos, que hay mucho crítico cuya credibilidad desaparece al ver cómo escribe...
Claro que me ha gustado, Iván! Aunque al ser mi primer Clayton no me ha impresionado o no he visto rasgos estilísticos... normal...
No te quepa duda que iré a por las otras ;) Me alegro que te haya gustado el texto y espero que también las poquitas cosas que he comentado sobre su aspecto formal.
Lázaro, gracias a ti por colgar las BSO! La de Déjame entrar ni siquiera la recordaba!
Encantados de recibir ayuda, por supuesto. Me alegro que el film despierte tu curiosidad, aunque como has comprobado no te he dicho cuánto me ha podido gustar... eso es trabajo vuestro ;)
Ángel, pues poco me gustó Los Otros, pero eso es más motivo aún para ver Suspense! Lo que mi blog une, que no lo separe mi pereza!
Mr.Lombreeze, la BSO me deja un deja vu brutal cada vez que la esecucho y aún no sé por qué... Me suena de algún film de cuando era pequeño (lo fui, pero en estado reptiliano), pero no lo identifico.
1 saludo y gracias por comentar!
Pues tengo muchas ganas de ver esta película. Y en frikiperopoco comentaban que la música de Quincy Jones para el "tema" de El color púrpura de Spielberg era un plagio de Deleure, no sé si del tema para esta peli. Un post muy curioso. Sabía de qué iba la peli sin haberla visto, pero apuntas cosas muy interesantes. Otro saludo.
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