Hacer bailar al son de la serie B a los espectadores que abarrotan las salas de cine no es tarea fácil. Cara y cruz de esos intentos los tenemos con Spielberg y La Guerra de los mundos, junto a Shyamalan y El Incidente, donde crítica y taquilla eligieron el mismo bando en cada caso.
Ahora es el turno de Alex Proyas que con su nueva propuesta, Señales del Futuro, parece situarse entre los dos grupos, sin llegar a ser un fallido homenaje ni un pomposo espectáculo, sino cabalgando entre ambos por momentos. Así el director de la floja Dark City nos invita a un viaje por el cine catastrófico, el thriller, el terror y la ciencia-ficción, sosteniendo el film desde el drama familiar, como sí supo hacer Shyamalan en Señales.
La clave de no desorientar al espectador es mantener un hilo común que hilvane correctamente cada retazo de género, siendo estos la pintura y la historia el lienzo. Es así como Proyas firma su film más completo y ambicioso. Arranca el film con una extraña niña solitaria que en vez de hacer un dibujo para una cápsula del tiempo, llena su hoja de incomprensibles números.
50 años más tarde tenemos a un profesor de matemáticas (Nicolas Cage) cuyo hijo recibe el mensaje de la niña al abrirse la cápsula, vislumbrando entre la numerología fechas de grandes catástrofes pasadas. Es así como descifrará por completo el código, quedando para el futuro otras 3 catástrofes a las que intentará poner remedio.
En el estado emocional del protagonista nos movemos, viudo y con un hijo, para el que la vida carece de significado. Ha perdido la fe de la misma manera que el personaje de Mel Gibson en Señales, y son las grandes catástrofes las que dan sentido al todo, la amenaza que articula el drama desde el individuo hasta la hecatombe. Y en ese camino coinciden salvación y respuestas, al menos en el caso de Shyamalan.
Y es que si hay un camino marcado, nada nos hace pensar que sea alterable y su significado solo se entiende en las respuestas. Así es como se cambian las tornas y el protagonista se vuelve un espectador más, ceñido a un guión contra el que lucha sin éxito mientras nos acomodamos en su impotencia. Esa es la apuesta de serie B donde los personajes son un mero recurso en los acontecimientos y nosotros vulgares mirones que acompañan al protagonista en su desdicha.
Y entonces nos vemos sobrecogidos por las brutales imágenes de las tragedias, a la vez que el drama familiar y la intriga nos recuerda que los personajes importan, uniendo ambas propuestas a través del niño (Chandler Canterbury) y sus perturbadoras visiones. Ese es uno de los mayores méritos del film, el de aglomerar estilos que funcionan sin privarnos de ciertos fuegos artificiales.
El trayecto no permite predecir el destino del film, y la tercera y última bala del guión apunta al corazón del cine catastrófico donde lo visto hasta entonces se borra por completo, dejando solo el eje de la historia, al que se añaden molestos satélites que sirven de conexión con el arranque del film. Y quedando profecía y respuesta como bazas para el agridulce desenlace, que no por confuso deja de ser satisfactorio, necesario y finalmente coherente.
No podemos negar que Proyas no tiene habilidad para plasmar las emociones de sus personajes en celuloide, ni Cage ayuda a hacer funcionar las escenas en las que no aparece al trote, pero la brutal crudeza de las catastróficas escenas contrasta y completa la vertiente de ciencia-ficción. Así es como Proyas construye su rompecabezas desde las escenas y no desde los personajes, cuyo papel se acerca más al de Virgilio guiándonos del purgatorio al infierno/cielo.
En definitiva, un film notable y espectacular, una apuesta arriesgada que juega bien sus cartas y sin ánimo de trascender es capaz de entretener e impactar sin manipularnos. Sus ecos perdurarán más gracias al impacto visual de tres de sus escenas, pero sin negar la brillantez de algunas otras, y donde la única pega la encontramos en su puntual descompensación.
Lo mejor: Saltándome lo ya mencionado por mí y muchos otros, resulta impresionante la versión roja de Deep Impact, viendo como el fuego devora ciudades.
Lo peor: La trama de los visitantes cojea visto el final.
El dato: El proyecto original era para Richard Kelly. Si la pareidolia consiste en reconocer patrones conocidos en estímulos aleatorios (test de Rorschach), el complejo de Casandra es percibir el futuro y no se capaz de alterarlo.
Ahora es el turno de Alex Proyas que con su nueva propuesta, Señales del Futuro, parece situarse entre los dos grupos, sin llegar a ser un fallido homenaje ni un pomposo espectáculo, sino cabalgando entre ambos por momentos. Así el director de la floja Dark City nos invita a un viaje por el cine catastrófico, el thriller, el terror y la ciencia-ficción, sosteniendo el film desde el drama familiar, como sí supo hacer Shyamalan en Señales.
La clave de no desorientar al espectador es mantener un hilo común que hilvane correctamente cada retazo de género, siendo estos la pintura y la historia el lienzo. Es así como Proyas firma su film más completo y ambicioso. Arranca el film con una extraña niña solitaria que en vez de hacer un dibujo para una cápsula del tiempo, llena su hoja de incomprensibles números.
50 años más tarde tenemos a un profesor de matemáticas (Nicolas Cage) cuyo hijo recibe el mensaje de la niña al abrirse la cápsula, vislumbrando entre la numerología fechas de grandes catástrofes pasadas. Es así como descifrará por completo el código, quedando para el futuro otras 3 catástrofes a las que intentará poner remedio.
En el estado emocional del protagonista nos movemos, viudo y con un hijo, para el que la vida carece de significado. Ha perdido la fe de la misma manera que el personaje de Mel Gibson en Señales, y son las grandes catástrofes las que dan sentido al todo, la amenaza que articula el drama desde el individuo hasta la hecatombe. Y en ese camino coinciden salvación y respuestas, al menos en el caso de Shyamalan.
Y es que si hay un camino marcado, nada nos hace pensar que sea alterable y su significado solo se entiende en las respuestas. Así es como se cambian las tornas y el protagonista se vuelve un espectador más, ceñido a un guión contra el que lucha sin éxito mientras nos acomodamos en su impotencia. Esa es la apuesta de serie B donde los personajes son un mero recurso en los acontecimientos y nosotros vulgares mirones que acompañan al protagonista en su desdicha.
Y entonces nos vemos sobrecogidos por las brutales imágenes de las tragedias, a la vez que el drama familiar y la intriga nos recuerda que los personajes importan, uniendo ambas propuestas a través del niño (Chandler Canterbury) y sus perturbadoras visiones. Ese es uno de los mayores méritos del film, el de aglomerar estilos que funcionan sin privarnos de ciertos fuegos artificiales.
El trayecto no permite predecir el destino del film, y la tercera y última bala del guión apunta al corazón del cine catastrófico donde lo visto hasta entonces se borra por completo, dejando solo el eje de la historia, al que se añaden molestos satélites que sirven de conexión con el arranque del film. Y quedando profecía y respuesta como bazas para el agridulce desenlace, que no por confuso deja de ser satisfactorio, necesario y finalmente coherente.
No podemos negar que Proyas no tiene habilidad para plasmar las emociones de sus personajes en celuloide, ni Cage ayuda a hacer funcionar las escenas en las que no aparece al trote, pero la brutal crudeza de las catastróficas escenas contrasta y completa la vertiente de ciencia-ficción. Así es como Proyas construye su rompecabezas desde las escenas y no desde los personajes, cuyo papel se acerca más al de Virgilio guiándonos del purgatorio al infierno/cielo.
En definitiva, un film notable y espectacular, una apuesta arriesgada que juega bien sus cartas y sin ánimo de trascender es capaz de entretener e impactar sin manipularnos. Sus ecos perdurarán más gracias al impacto visual de tres de sus escenas, pero sin negar la brillantez de algunas otras, y donde la única pega la encontramos en su puntual descompensación.
Lo mejor: Saltándome lo ya mencionado por mí y muchos otros, resulta impresionante la versión roja de Deep Impact, viendo como el fuego devora ciudades.
Lo peor: La trama de los visitantes cojea visto el final.
El dato: El proyecto original era para Richard Kelly. Si la pareidolia consiste en reconocer patrones conocidos en estímulos aleatorios (test de Rorschach), el complejo de Casandra es percibir el futuro y no se capaz de alterarlo.
4 comentarios:
Tengo previsto verla, de antemano el tema me atrae, aunque el batacazo puede ser de órdago, ya te explicaré...
Saludos
Esperemos que le guste, Doc, aunque mayormente se ha llevado más tortas de las que creo que merece.
Me sorprende que nadie me haya saltado a la yugular con lo de Dark City...
¡1 saludo y gracias por comentar!
Hola!!
Metiéndose con Dark City, ¿eh? :P
A mi me gusta mas la de la ciudad oscura que la de las catástrofes del fin del mundo, admito que tiene momentos muy acertados, el niño y los hombres raros me tenía aterrorizada, pero combinado con todo lo demás le fatló algo para acabar de redondearlo...
Un saludo!
Jajajaja! Marguis, asumo que soy el raro y para la mayoria Dark City es muy superior.
En mi caso sigo pensando que Dark City tiene un buen planteamiento y un pésimo desarrollo, aunque podréis decir lo mismo de Knowing ;)
¡1 saludo y gracias por comentar!
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