Agnosia, (del griego ἀγνωσία: desconocimiento), es la interrupción en la capacidad para reconocer estímulos previamente aprendidos o de aprender nuevos estímulos sin haber deficiencia en la alteración de la percepción, lenguaje o intelecto.
Durante los años que he asistido al festival de Sitges como mero aficionado, siempre he sentido ciertos sentimientos contradictorios hacia la cola de privilegiados que accede a la sala antes que el resto de los mortales. Acreditación al cuello se saltan las largas colas mientras debaten acaloradamente los entresijos del mundillo o despedazan alguno de los films que han visto. Se puede envidiar esa acreditación segregante, mientras se rechaza frontalmente la soberbia de quien viene a confirmar su sapiencia a base de severas opiniones.
Este año yo formo parte de ese grupo, enfundado con acreditación, cámara de fotos y bloc de notas navego entre esa gente que parecía vivir en otro mundo. No sé qué debe pensar la gente en la otra cola, aunque mucho me temo que todos caemos en el saco de los que “tienen enchufe pero ni puñetera idea de cine”, que en mi caso es así. Mi envidia no era más que ceguera al no entender que el privilegio no viene dado por la cinefília, sino por la capacidad y medios para plasmar lo vivido en algún medio de prensa. La percepción filtra el concepto “trabajar” cuando a alguien se le regala un tiempo que se nos niega.
Llegó mi primera película del festival, Agnosia, y mi primera experiencia como medio de prensa. No es que seamos los niños mimados del festival, por lo que busco el mejor sitio dentro de las pocas butacas que tenemos reservadas, y no pongo pega alguna a sentarme en tercera fila, hacia el centro, pensando que un ojo de pez me hubiera venido de perlas para el visionado. De repente un grupo importante de personas me rodea y me veo en un fuego cruzado de conversaciones y halagos, del que deduzco que no son del gremio periodístico, sino del cinematográfico, y que gracias a mi ignorancia siguen resultándome rostros anónimos.
Se apagan las luces, presentan la película, al director, al guionista y a sus protagonistas, para acabar pidiendo que todo el equipo de la película presente en la sala se levante para llevarse su reconocido mérito y poner alerta a quienes pretendan bostezar durante el visionado. Por supuesto sólo quedé yo sentado en las filas que me rodeaban, encogido pero sintiéndome parte de algo que anhelo pero que (aún) no me pertenece.
“Empiezo bien Sitges”, me digo. En dos años he pasado de ser un anónimo blogger que, como aficionado, disfruta de Sitges, a formar parte de una revista llena de talento y a la que, en parte represento aquí, y a hacer mis primeros pinitos en la dirección. Y allí me hallo entre gente de ese mismo mundo al que aspiro, al que respeto y del que por un breve momento, me he sentido parte. Nada puede ir mejor, pero la percepción es una puta entrenada para sesgar lo que no queremos ver, y por breve que sea, un destello basta para tirar abajo ese castillo de naipes que son las emociones.
Fueron escasos cinco segundo lo que ese actor duró en pantalla, un actor anónimo del que ni sé su nombre, pero bastaron para hacerme fruncir el ceño pensando por qué me sonaba tanto su cara. Ese hombre, ese extra a las órdenes de Eugenio Mira también ha estado a mis órdenes, también ha poblado mis encuadres, también ha sido mi actor. Fue en Febrero, mientras cursaba un intensivo de dirección y hacíamos pruebas con el equipo de interpretación, donde él y otra chica contaban una pequeña historia de amistad y lesbianismo. Pero allí estaba él, detrás de la pantalla, y yo aún sigo viendo el trabajo de otros, aplaudiéndole y sintiéndome de nuevo el chico que mira a la cola de acreditados entrar a la sala antes que yo.
Puede que la agnosia no nos permita ver la realidad aparente, pero sí la transformarmos, y la entendemos a nuestra manera. La percepción sólo es un filtro que deja pasar cierta información, y en muchas ocasiones somos nosotros quien elegimos dicho filtro. Dentro de ese mismo día pude ver cómo la mente humana es capaz de priorizar los estímulos, descartando parte de la realidad que llama a nuestra puerta cuando un conflicto se presenta. Si dos personas hablan a la vez a una tercera, inconscientemente esa tercera responderá a uno de los dos, descartando el intento de comunicación del otro. Si el hecho se repite, volverá a pasar lo mismo, porque no existe voluntad consciente de ignorar ni atender a ninguno, sino un acto reflejo asimilado que atiende a una urgencia autoimpuesta, o a unos instintos primarios donde el timbre de voz marca el lugar en la fila. No valía ni para tenor ni para bajo, al estar entre ambos.
Y si percibimos a voluntad, entendemos lo que queremos entender, y montamos una realidad a medida con el sesgo de estímulos conveniente, Agnosia es hija de la propia agnosia. Y es que pese a lo interesante de su premisa se sumerge en tramas de espionaje industrial y romances para acabar en fórmula conocidas sobre las que gastar el dinero invertido, renunciando a sello alguno, pecando de cobardía y dejando que el peso recaiga en el guión y el carisma de sus protagonistas. Gran parte de lo que vieron extraordinario los responsable forma parte de los descartes de mi percepción. Y es que agnosia es creer que avanzas sólo porque muchos a tu alrededor retroceden, es amar por error a alguien durante 3 días, perteneciendo a otro, es aislarse en una burbuja para que nuestro contexto nos sea más favorable al hacer la media. En definitiva, Agnosia es tan aburrida como la vida misma.
2 comentarios:
Así se prioriza un relato descontextualizado donde no existe periferia en la diégesis, donde su universo se construye desde dentro de cada escena y los perfiles se sostienen exclusivamente sobre sus actos en pantalla, a modo de huérfana pregunta a la caza de una objetividad, de per se, inalcanzable en el arte, aunque “al final, ese estilo, acabe cuestionándolo todo, poniendo en evidencia un mundo cuyo nacimiento es considerablemente cercano en el tiempo aunque su rapidez de expansión comience a producir la idea de que sucedió hace ya mucho”.
Esa potencia autogeneradora de mundos en cada escena es una idea brutal. Así funciona Internet: un mundo donde recibimos millones de referencias aisladas, habiendo aprendido a no buscar un sentido final a las cosas. Fincher ha pasado de ser un creador de hiperlógicas (El club de la lucha, Seven) a ser un creador de hiperestructuras (su trilogía sobre américa, que da la sensación que va a continuar con Pawn sacrifice, que es el proyecto suyo que más promete). Yo tenía mis dudas sobre el siguiente paso tras la, en mi opinión, fantástica Benjamin Button, pero con La red social me rindo: creo que Fincher es, junto a Van Sant, la punta de lanza de esta generación del cine americano, que por otro lado es la más atrevida desde hace muchos, muchos años.
Un abrazo.
Totalmente de acuerdo contigo, Pentente, menos en Benjamin Button a la que le debo un revisionado. Nunca me he fijado en la labor de Fincher como arquitecto, pero me toca revisionar a conciencia su trabajo tras dejarme con la boca abierta esta vez.
De hecho, internet genera referencias tan aisladas que hasta te has colado de post :D
1 saludo y gracias por comentar!
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