Nuestra memoria funciona a base de imágenes. Resulta sencillo recordar una cara, pero no su movimiento, así como una mirada deja huella pero un guiño no. La acción requiere de muchos otros sentidos difícilmente recreables por la memoria, inabarcables, mientras que una imagen trabaja desde la apabullante e inmediata sencillez en nuestro sentido más preciado.
Esas escenas, concebibles en el recuerdo, maleables y perfectas, son pequeños rincones inmaculados que abren una puerta a las emociones contenidas que simbolizan dicha imagen. Así es como mantenemos intacto el recuerdo de una escena, en su perenne perfección, con la fuerza de esos momentos en que deseamos que el reloj se pare.
“Nada diferencia los recuerdos de los momentos habituales. Sólo se dan a conocer cuando muestran sus cicatrices.”
Dicen que es casi imposible recrear la voz de una persona en nuestra cabeza, y sólo en ocasiones somos capaces de conseguirlo, cuando no nos lo estamos proponiendo. Sin embargo sí somos capaces de recrear una melodía o un sonido, asi como un olor no lo recordamos, lo reconocemos. Nuestra caprichosa memoria envuelve de bruma una imagen, de sensaciones alejadas del impacto visual que buscan dar vida a esa imagen así como vuestros ojos esperan ver en la foto como el viento juega con el pelo de Hélène Chatelain.
Consciente de ello y con plena intencionalidad, Chris Marker propone con La Jetée (El muelle, 1962) un foto-relato creado a base de negar las imágenes en movimiento pero apoyado en el resto de elementos que consideramos característicos del cine. Dispuesto a hablarnos de la memoria, usa su propio lenguaje.
Disfrazado de relato de ciencia-ficción, La Jetée nos habla del poder de las imágenes, del recuerdo y de cómo vivimos en ellos cobijados de un apocalíptico mundo. Así es como nuestro protagonista (Davos Hanich) sólo recuerda el mundo anterior a la III Guerra Mundial a través de la imagen de una mujer en el aeropuerto, momentos antes de ver morir a un hombre delante de ella. Ese recuerdo sirve de esperanza a una humanidad confinada en el subsuelo, aferrada a ensayos que logren transportar una conciencia al pasado o futuro para enmendar el error cometido.
Repito, el presente apocalíptico nos insta a transportarnos a un pasado o futuro mejor para salvar un contexto sin esperanza. Eso no es ciencia-ficción, sino algo cotidiano, humano y amargo. Y en ese recuerdo se recrea nuestro protagonista, afincado en un tiempo que no existió viviendo de reflejos en un espejo pintado por él mismo.
El recuerdo del protagonista se envuelve de esperanza, de trazos románticos, narrando una onírica historia de amor a modo de salvación de protagonista y humanidad. En esa belleza se haya el contraste a las claustrofóbicas escenas de subsuelo, donde el montaje dota de vida a la sucesión de fotografías gracias al uso del sonido. Impresionante el trabajo fotográfico, el blanco y negro en una obra que resulta cómoda a nivel visual, sin suponer una ruptura con el concepto de cine al uso al que podemos estar acostumbrados.
Y cuando nos hemos acomodado en la memoria, en la imagen estática, la imagen del despertar de la mujer cobra vida justo antes de su muerte. Así desaparece el recuerdo y nos movemos hacia adelante a un tiempo que nos rechaza, de un yermo y desolado vacío al que no hemos podido decorar de experiencia. Ese futuro nos invita a abandonar unos aposentos que aún no nos pertenecen, regalándonos algo tan vital como la esperanza. Así se recorren las 3 líneas temporales en un proceso necesario para la salvación, labrando un futuro desde el pasado.
Acaba el sueño y vuelve la amenazante e incierta realidad, el viaje mental parece llevarnos al mismo punto de partida como si de una atracción de feria se tratara, una promesa nacida muerta. Y en la vacua desidia la promesa rebrota, el recuerdo cobra vida y atravesamos el espejo para definitivamente formar parte de ese recuerdo, cerrando el círculo que condena a la memoria a ser inmutable.
Pero entonces La Jetée ¿es ciencia-ficción, romance o ensayo? La Jetée es una obra que deberías haber visto ya y de la que debes olvidar todo lo que hayas leído, sin necesidad de catalogar tan sugerente propuesta. Excelente a todos los niveles, desde la inolvidable fotografía a un uso acertadísimo del sonido y un montaje que da vida al estatismo de las imágenes. Una historia bien narrada, un final inolvidable, el amor como esperanza, el recuerdo como guía, y el poderoso uso de la fotografía como lenguaje de la memoria.
Esas escenas, concebibles en el recuerdo, maleables y perfectas, son pequeños rincones inmaculados que abren una puerta a las emociones contenidas que simbolizan dicha imagen. Así es como mantenemos intacto el recuerdo de una escena, en su perenne perfección, con la fuerza de esos momentos en que deseamos que el reloj se pare.
“Nada diferencia los recuerdos de los momentos habituales. Sólo se dan a conocer cuando muestran sus cicatrices.”
Dicen que es casi imposible recrear la voz de una persona en nuestra cabeza, y sólo en ocasiones somos capaces de conseguirlo, cuando no nos lo estamos proponiendo. Sin embargo sí somos capaces de recrear una melodía o un sonido, asi como un olor no lo recordamos, lo reconocemos. Nuestra caprichosa memoria envuelve de bruma una imagen, de sensaciones alejadas del impacto visual que buscan dar vida a esa imagen así como vuestros ojos esperan ver en la foto como el viento juega con el pelo de Hélène Chatelain.
Consciente de ello y con plena intencionalidad, Chris Marker propone con La Jetée (El muelle, 1962) un foto-relato creado a base de negar las imágenes en movimiento pero apoyado en el resto de elementos que consideramos característicos del cine. Dispuesto a hablarnos de la memoria, usa su propio lenguaje.
Disfrazado de relato de ciencia-ficción, La Jetée nos habla del poder de las imágenes, del recuerdo y de cómo vivimos en ellos cobijados de un apocalíptico mundo. Así es como nuestro protagonista (Davos Hanich) sólo recuerda el mundo anterior a la III Guerra Mundial a través de la imagen de una mujer en el aeropuerto, momentos antes de ver morir a un hombre delante de ella. Ese recuerdo sirve de esperanza a una humanidad confinada en el subsuelo, aferrada a ensayos que logren transportar una conciencia al pasado o futuro para enmendar el error cometido.
Repito, el presente apocalíptico nos insta a transportarnos a un pasado o futuro mejor para salvar un contexto sin esperanza. Eso no es ciencia-ficción, sino algo cotidiano, humano y amargo. Y en ese recuerdo se recrea nuestro protagonista, afincado en un tiempo que no existió viviendo de reflejos en un espejo pintado por él mismo.
El recuerdo del protagonista se envuelve de esperanza, de trazos románticos, narrando una onírica historia de amor a modo de salvación de protagonista y humanidad. En esa belleza se haya el contraste a las claustrofóbicas escenas de subsuelo, donde el montaje dota de vida a la sucesión de fotografías gracias al uso del sonido. Impresionante el trabajo fotográfico, el blanco y negro en una obra que resulta cómoda a nivel visual, sin suponer una ruptura con el concepto de cine al uso al que podemos estar acostumbrados.
Y cuando nos hemos acomodado en la memoria, en la imagen estática, la imagen del despertar de la mujer cobra vida justo antes de su muerte. Así desaparece el recuerdo y nos movemos hacia adelante a un tiempo que nos rechaza, de un yermo y desolado vacío al que no hemos podido decorar de experiencia. Ese futuro nos invita a abandonar unos aposentos que aún no nos pertenecen, regalándonos algo tan vital como la esperanza. Así se recorren las 3 líneas temporales en un proceso necesario para la salvación, labrando un futuro desde el pasado.
Acaba el sueño y vuelve la amenazante e incierta realidad, el viaje mental parece llevarnos al mismo punto de partida como si de una atracción de feria se tratara, una promesa nacida muerta. Y en la vacua desidia la promesa rebrota, el recuerdo cobra vida y atravesamos el espejo para definitivamente formar parte de ese recuerdo, cerrando el círculo que condena a la memoria a ser inmutable.
Pero entonces La Jetée ¿es ciencia-ficción, romance o ensayo? La Jetée es una obra que deberías haber visto ya y de la que debes olvidar todo lo que hayas leído, sin necesidad de catalogar tan sugerente propuesta. Excelente a todos los niveles, desde la inolvidable fotografía a un uso acertadísimo del sonido y un montaje que da vida al estatismo de las imágenes. Una historia bien narrada, un final inolvidable, el amor como esperanza, el recuerdo como guía, y el poderoso uso de la fotografía como lenguaje de la memoria.
4 comentarios:
Muy interesante.
Saludos
redrum, es éste el cortometraje ese famoso que dicen que inspiró "12 monos"?
Impresionante. Me alegra que hayas descubierto esta joya que se encuentra en mi altar de la cinefilia. Memoria, cine y ciencia ficción: ¿qué más se puede pedir?
Por cierto, en esta ocasión no te hizo falta tirar de oficio, ¡eh! Es lo que tiene el buen cine...
Un saludo y felicidades.
Jose, gracias ;)
Mr.Lombreeze, efectivamente, pero sabiendo lo ilustrados que sois y evitando ser redundante con todo lo que se dice de La Jetée, lo he obviado.
Mónica, mucha gracias. Esta vez tocó tirar de talento :p
¡1 saludo y gracias por comentar!
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