Para haceros una idea, se trata de una producción mejicana rodada al estilo de los remakes americanos sobre films de terror japoneses. Ahí es nada. Ni una vuelta de tuerca al género, ni un lavado de cara.
Éste tipo de productos son baratos y suelen resultar rentables en taquilla, debido a que conocemos de sobra qué tipo de film nos espera. El resultado raramente es mejor de lo que esperamos, sino más bien acostumbra a ser decepcionante.
Catalina y Ágata son hermanas gemelas, que desde niñas han tenido una conexión casi telepática. Una noche, Ágata se encuentra con un extraño niño en el kilómetro 31 de la carretera, por el cual sufre un accidente que la deja atrapada entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos. Junto con Nuño, su gran amigo y Omar, el novio de su hermana, Catalina tendrá que resolver el misterio que envuelve el trágico accidente.
En dicho accidente tiene que ver, para variar, un niño pintado de blanco y con mala cara, y una madre que busca a su hijo. Siempre existe la figura del policía obsesionado y documentado sobre el tema que ayuda a los protagonistas, inevitablemente destinados a perecer.
La historia nos narrará la historia de Catalina en busca de la verdad sobre el accidente de su hermana, convertida en nexo entre dos mundos, paralelamente con las investigaciones de Omar y Nuño. Y no es que la historia sea novedosa, sino más bien sencilla pero efectiva.
El problema es que para ser un film de terror, poco miedo provoca. Tanto es así que al final tiende a exagerar la aparición de espíritus para compensar la cuota. Lo que queda al final es un agradable intento de conseguir un producto que se parezca a tantos otros que pueblan la cartelera.
En definitiva, un film para incondicionales del género o para conformistas que quieran pasar un buen rato.
Lo mejor: la intención.
Lo peor: tremendamente previsible.
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