Luces y sombras para Scott. Dos personajes antagónicos al servicio del mejor cine, carreras y carácteres opuestos para una genialidad, como la dualidad que vemos en las diferentes obras de Scott.
Cierto es que cualquier film sobre el hampa, hoy día, tiene parecidos a inevitables a obras de Coppola o Scorsese, pero su valor no radica ahí, sino en la misma inteligencia que derrochó Coppola en la segunda parte de El Padrino. Contraponer dos historias suficientemente potentes como para dedicarles una película a cada una, en un contraste enorme y un montaje espectacular que da una fuerza y un ritmo altísimo a los cerca de 160 minutos de American Gangster.
Frank Lucas ha crecido en Harlem, a la sombra del mafioso que controla las calles. Cómo su chófer y hombre de confianza ha aprendido de sus valores tradicionales. La muerte de su mentor deja a la vista la diferencia con los nuevos líderes de la mafia que ven vía libre para su propios intereses. Con lucha y determinación se hará con el control de la ciudad, amasando una fortuna.
Richie Roberts es un policía honesto, que cumple las normas, pero cuya vida familiar se va al garete. A raíz de perder a un compañero y ver la corrupción dentro del cuerpo, acabará encargado de crear un equipo encargado de cazar a los grandes traficantes de droga.
Ambos personajes comparten su determinación, escudados en estar haciendo lo que creen correcto. El resto representa un conjunto de contrastes (como bien refleja el cartel publicitario) donde el mafioso es un hombre elegante, con un trato exquisito, seductor con las mujeres y enormemente familiar. El policía es un agente competente, demasiado legal para un cuerpo corrupto, pero infiel, de imagen descuidad y en ocasiones chapucero. Si bien se pretende que nos posicionemos de parte del mafioso, no es así, ya que la pirotecnia que rodea a Frank no brilla más que el inocente idealismo de un policía que sólo quiere lo mismo que el mafioso: un mundo mejor.
La ascensión de ambos personajes se produce lentamente, pero el ritmo del film es altísimo, gracias al montaje alternado de las escenas de los diferentes protagonistas. Ellos cargan con el peso en unas interpretaciones magníficas, sobretodo Denzel Washington, que asombra ver la facilidad con que hace creible su personaje. El resto del reparto está a la altura, ya sea por nivel interpretativo (Carla Gugino) o por lo breve de su papel (Cuba Gooding Jr.).
Pero la estrella es Ridley Scott, que se ha rodeado de una gran equipo y ha realizado una labor de dirección intachable, sin tintes épicos ni las pajas mentales a las que nos tiene acostumbrados.
No se apoya en la belleza de las imágenes, sino que juega con los contrastes en planos más metafóricos que bellos. Incluso la escena donde se encuentran por primera vez ambos personajes no es bella, pero sí brillante: El mafioso trajeado en lo alto de la escalinata de la iglesia, el policía esperándolo abajo con su pinta desaliñada y su destartalado coche con el resto de coches de policía a lo lejos. No menos brillante es el plano que cierra el film.
En definitiva una película genial, completa, que si bien no es el mejor de Scott, sí tiene de todo: dirección magistral, interpretaciones perfectas, soberbio guión de Steve Zaillian (La Lista de Schindler) y una banda sonora buenísima.
Lo mejor: El ritmo, muy trabajado para hacer que 160 minutos no parezcan que lo son.
Lo peor: Algún ataque de histrionismo de Denzel Washington.
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