La última entrega de Pixar nos viene en forma de fórmula estudiada para un éxito seguro. Una película amable, con ratones de lo más humanos, con una historia de superación a medio camino de Cyrano de Bergerac y El Perfume, y comedia salteada con una pizca de drama para dar cierta profundidad y conflicto.
Remy es un joven ratón con más ambición que comer siempre comida de la basura. Sueña con emular a un gran chef ya desaparecido, que sostenía que cualquiera puede cocinar. Por azar, acaba separado de su clan y descubriendo que vive en París, donde está el restaurante de su idolatrado chef. Allí descubrirá un mundo de olores y sabores, acabando compinchado con un chico sin talento para el guiso, para convertirse en el chef de moda y heredero (e hijo) del restaurante.
Como estamos acostumbrados con Pixar, tenemos una película muy entretenida, con personajes de todo tipo, incluyendo al malvado y al inocente progatonista. Una historia de superación donde un ratón puede ocupar el trono de la gastronomia.
El film aúna, por un lado la capacidad humana del ratón para apreciar la buena cocina, y por otra la historia de Cyrano de Bergerac donde el narigudo protagonista ayuda al torpe jovenzuelo a alcanzar la gloria en una disciplina en la que no es nada ducho.
A una historia bien trenzada, con momentos realmente divertidos y algún giro interesante, tenemos un resultado brillante, donde no falta la crítica a la crítica, que acaba derrotada, como en todo final feliz.
Un film muy majo y ameno, aunque el ratón no llegue a ser lo carismático que han sido otros personajes de Pixar.
Lo mejor: El guión, sencillo pero efectivo.
Lo peor: Demasiado idílico como acaba la historia con el crítico.
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