Los que llevamos gafas sabemos cuanto molesta una huella después de haberlas limpiado, o que llueva el día siguiente de lavar el coche. Hablamos de que cuando todo fluye en armonía, más dura es la caida, del contraste como catarsis dramática y fuerza narrativa, del castillo de naipes que se desmorona.
James Wan nos trae una historia de venganza de la mano de un padre que pierde a su hijo violentamente asesinado. Una historia que hemos visto varias veces en el cine, entre ellas en The Punisher o más recientemente La extraña que hay en ti.
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Como único testigo su abogado dice que sólo puede llegar a un acuerdo para encarcelarlo 5 o 10 años, así que (previsiblemente) afirma haberse equivocado en el reconocimiento del agresor, y él mismo lo mata. Así desencadena la inevitable espiral de violencia.
Desde luego él siente satisfacción con su acto, como afirma, equilibrando la balanza, pero eso no para a la banda del chico que irá directamente a por él.
Por capacidad o decisión propia, Wan acerca más el film a la acción videoclipera, que no al drama. Cierto que hay momentos lacrimógenos, pero más que reflexivos, son una justificación para las escenas violentas, donde el personaje de Kevin Bacon (muy correcto todo el film) se destapa como un Rambo urbano, con más recursos que Jackie Chan, como se puede ver en la escena del baño.
La acción discurre con varios giros interesantes, aunque siempre sabiendo que no acabará bien, y pese a cierta irregularidad, no llegamos a aburrirnos. A destacar la música, de lo peor que he visto en mucho tiempo, donde sólo se salva la primera canción que escuchamos.
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En definitiva, Death Sentence es una película correcta, entretenida, acción sin más mensaje que el de la violencia sólo engendra violencia, y donde los bajones sólo pretenden añadir profundidad, que en éste caso, no están de más. Una falsa promesa que acaba en vago intento.
Lo mejor: La escena del chico llorando en la habitación del hermano.
Lo peor: La escena final, un poco risible.
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