Jim Carrey tendrá multitud de detractores, pero él es el único culpable de ésta secuela. Una historia que le sirvió para dar rienda suelta a su histrionismo, carnaza para sus seguidores.
Para ésta secuela se optó por el cómico de moda, Steve Carell, con mayores dotes interpretativas que Carrey. Si la intención era dar un aire más formal a la película, no han acertado.
Evan Baxter, presentador de televisión, abandona su carrera para iniciarse prometedoramente en la política, sacrificando parcialmente su vida familiar. Dios aparece para pedirle que construya un arca, poniendo a su disposición los medios, y arruinando su cuidada apariencia.
Obviamente con su vida tan trastocada, su carrera política se arruina pero alcanza la fama debido a las pintas que vemos en la foto, y por plocamar a los cuatro vientos el encargo que Dios le ha hecho. Y el camino hacia un final feliz está cantado.
Tom Shadyac reconoció que en Como Dios dio carta blanca a su protagonista para actuar en las escenas. Es de suponer que hizo lo mismo para esta secuela, pero el resultado es un Steve Carrell soso, para un film con mas moralina que humor. Una comedia así no admite término medio.
Con una faceta cómica que no acaba de funcionar, y una historia demasiada sencilla, sólo queda un film amable a la par que olvidable, una alternativa a la falta de elección. La parte cómica más ingeniosa será la que veamos con los créditos finales.
Lo mejor: Morgan Freeman, que destila buen rollo, y la pequeña oportunidad que le dan a Lauren Graham.
Lo peor: Demasiado simplona.
0 comentarios:
Publicar un comentario