La figura del falso culpable ha llenado innumerables páginas de guiones. Es un tipo de personaje sobre el que cae una falsa acusación, y sea de la condición que sea, es inocente acusado con el que el espectador se siente fácilmente identificado. El mejor ejemplo lo encontramos en la genial Con la muerte en los talones.
Walter Hill (Danko: Calor rojo, Supernova, Límite: 48 horas, etc.) nos presenta una historia de banda callejeras. El comienzo es magistral, alternando secuencias de las bandas (perfectamente definidas), con planos del metro, y planos del plano del metro (¡toma ya!), dónde vemos claramente a que zona pertenece cada banda y hacia dónde se dirigen.
Acabados los créditos iniciales, ya estamos en la reunión que ha unido a todas las bandas y que organiza un misterioso gurú llamado Cyrus. Su intención es coordinar a todas las bandas, decretar una tregua y así hacerse con el control de la ciudad, bajo la atenta mirada de admiración de los asistentes. Pero la persecución empieza pronto... Una de las bandas mata de un disparo al gurú a la vez que la policía entra en el recinto, y en el caos aprovechan para culpar a los Warriors del crimen, su banda rival y protagonista del film.
A partir de aquí, la huida de los 8 supervivientes de vuelta a Coney Island, el territorio dominado por su banda. Si bien el trayecto en tren sólo necesita de un transbordo, el infortunio les hará tener que atravesar territorios dominados por toda clase de bandas que les perseguirán como falsos culpables del asesinato de Cyrus.
No es que el film tenga connotaciones transcendentales, para nada, y sin embargo ahí reside el mérito, en el buen uso de la sencillez. Ya que la trama no es compleja, los personajes sí tienen una entidad suficiente para ser creibles y su vuelta a casa sí se vuelve una tarea interesante a la par que compleja y desesperada. Un programa de radio nocturno se hará eco de los acontecimientos que vayan sucediendo en tan larga noche a la vez que regala buena música al espectador.
No es una revisión de La Odisea, pero es una apuesta sencilla hecha con mucha maña, directa y muy entretenida, con especial mención de la estética de cada una de las bandas.
Lo mejor: Sin duda, los créditos iniciales y la banda sonora.
Lo peor: La presunta misoginia del film, ya que cada apareción femenina precede una desgracia.
Gran película, dónde es curioso ver al padre de Dexter en sus años mozos saltándose su propio código. Harry, Harry...
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