No hay enemigo más peligroso que aquel que lo ha perdido todo. Cuando la paz del alma depende de la venganza, entra en juego una determinación autodestructiva y arrasadora.
La miseria humana tiene muchas caras, y hasta la historia más sencilla puede acabar en plena devastación si el infortunio y la desesperación hacen acto de presencia.
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De ritmo necesariamente lento, vemos como la desesperación ciega a los personajes, que arrasan con aquello que tocan para demostrar que ese camino sólo tiene un final.
La evolución de los personajes es casi inexistente y el único que llega un poco al espectador es el protagonista, donde vivimos en tercera persona su agonía a causa de su disfunción, que le impide evitar el desastre en una llamada de auxilio.
Si bien el azar no es un mecanismo en manos del hombre, el libre albedrío queda bajo su responsabilidad y el tratamiento humano de esas decisiones queda fuera del film, donde linealmente vemos la aparente única salida de los personajes, con un tremendo desasosiego narrativo.
Así nos queda un film que nos deja indiferente, sin carga emocional que nos deja como meros espectadores ajenos al sufrimiento de un protagonista que cede cuota de pantalla en la segunda mitad del film a otro personaje. Si al primero lo mueve la desesperación, al segundo venganza.
Lo mejor: El plano de la niña en el rio.
Lo peor: La frialdad emotiva que supone un muro entre película y espectador.
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